Formación Litúrgica

El domingo, en el centro del Año Litúrgico

Si a un cristiano le preguntasen cuál es la celebración más antigua e importante del Año Litúrgico, muy posiblemente respondería que esa celebración es la Vigilia Pascual o el Triduo Pascual. No le faltaría razón: la celebración anual del Misterio Pascual de Cristo –su muerte y resurrección por nosotros- está en el centro mismo del Año Litúrgico de la Iglesia.

Sin embargo la respuesta no sería del todo correcta, ha de ser complementada. La celebración más antigua del Año Litúrgico, la primera que surge históricamente, es el domingo: la Pascua semanal, vinculada a la memoria de la resurrección. Del domingo tenemos testimonios que se remontan a los orígenes mismos del cristianismo. Sabemos que, poco a poco, la Iglesia fue introduciendo, además de esta celebración semanal de la Pascua, la celebración anual, vinculada a la fecha de la Pascua Judía. Tenemos testimonio de su celebración a mediados del siglo II. Todo esto es para decir que el domingo tiene una importancia capital dentro del Año Litúrgico, y es a partir del domingo como todas las celebraciones cristianas son modeladas.

A lo largo de la historia, sin embargo, esta realidad fundamental no siempre ha estado clara. La situación de la liturgia en los últimos siglos ha sido un poco decepcionante en este sentido: la celebración del domingo antes de la reforma litúrgica llevada a cabo en cumplimiento del mandato del Concilio Vaticano II adolecía de una gran fragilidad. El peligro de que el santoral "ahogase" al temporal era muy evidente en el caso del domingo: la concurrencia de fiestas y celebraciones de diversa índole hacía que, con una facilidad pasmosa, dejarse de celebrarse.

Como consecuencia de esto, la dinámica pascual de la celebración litúrgica se veía muy oscurecida, y reducida muchas veces a una simple sucesión de festividades de la Virgen María o de los santos, perdiendo la referencia nuclear al Misterio Pascual.

La Reforma Litúrgica quiso solucionar este problema y por ello aportó el criterio de la prevalencia del domingo. Son muy excepcionales los casos en los que una fiesta o solemnidad puede desplazar la celebración del domingo, mucho menos si estamos hablando de un domingo de un tiempo fuerte.

Si hay una reflexión modélica sobre el domingo después del Concilio Vaticano II sin duda es la carta apostólica Dies Domini de Juan Pablo II, del 31 de mayo de 1998. Allí se nos presenta esta realidad litúrgica desde el punto de vista teológico y desde el punto de vista pastoral. Guiados por este documento vamos a ir recorriendo en los próximos artículos los puntos fundamentales para tener una panorámica que nos ayude a entender adecuadamente esta importante realidad, máxime cuando nos toca vivir en una sociedad secularizada en la que esta realidad deja de tener la importancia –incluso civil- que tuvo en tiempos pasados. Lo cierto y verdad es que no debemos lamentarnos por lo perdido, sino potenciar y fortalecer lo que tenemos. Y el domingo es seña de identidad fundamental del cristiano, porque es el día de la resurrección del Señor y el día de la Eucaristía, fundamentalmente.

Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo

La carta apostólica Dies Domini –el día del Señor- de San Juan Pablo II sigue siendo hoy un documento profundo y válido para entender la realidad del domingo, que está en el centro de la celebración litúrgica y la vida de la Iglesia, por tanto aconsejamos su lectura. Es fácil de encontrar en Internet y hay muchas ediciones impresas disponibles.

Comenzamos con los números de la introducción. Son los números del 1 al 7. Cuando se aborda un documento como este la tentación es pasar de largo la introducción e ir al meollo de la temática. Sin embargo, la introducción nos ofrece unas claves de lectura de todo el documento, tanto a nivel teológico como pastoral. Sin esa brújula podríamos andar un poco perdidos si directamente abordásemos los capítulos centrales.

Comencemos por la teología, porque el número 1 de la carta es como un sumario de temas que se van a tratar más adelante. Dice así: "… el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en que se celebra la victoria de Cristo sobre del pecado y la muerte, a realización en él de la primera creación y el inicio de la ‘nueva creación’. Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a su vez la prefiguración, en la esperanza activa, del ‘último día’, cuando Cristo venga en su gloria y ‘hará un mundo nuevo’" (n.1). El número nos ofrece, ya de entrada, la relación del domingo con toda la obra de la Salvación: la creación, la redención en Cristo por su Misterio Pascual y también el anticipo de la gloria eterna. La liturgia hace presente, actualiza esa obra de Dios y nos permite participar en ella, de modo que nuestra propia historia se ilumina y se convierte en lugar de manifestación de la obra de Dios. Esto hace posible que el tiempo que nos toca vivir sea auténticamente un tiempo de salvación, un "Kairós".

El segundo elemento que nos ofrece la introducción, en el mismo número 1 y en el 2, es el tema del gozo. La experiencia del encuentro con el Resucitado, que está en el corazón de la celebración del domingo, tanto en su origen como en su celebración actual, es el motivo de ese gozo. La alegría gozosa es el ambiente, el humus en el que se desarrolla la celebración del domingo cristiano, cuyo centro es la Eucaristía.

Pero el Papa tenía claro que si era necesario hacer una carta sobre el domingo era porque su celebración estaba ciertamente en crisis. Los números del 4 al 7 abordan esa crisis. El domingo cristiano ha perdido o va perdiendo su sentido en nuestra sociedad cada vez más secularizada a favor del "fin de semana", entendido únicamente como tiempo de descanso o de diversión, sin referencia espiritual, sin trascendencia, en el que el hombre se encierra en su propio horizonte, sin ver más allá. Cabría incluir un fenómeno que cada vez es más frecuente: el de personas que trabajan en domingo como un día laboral más. ¿Qué se puede hacer ante esto? Posiblemente no mucho. Cambiar los comportamientos sociales no es algo que esté a nuestro alcance. Pero recuperar el domingo como signo distintivo de los cristianos, entender su importancia y renovar su celebración sí son tareas que, aunque difíciles, están al alcance de los cristianos hoy en día. A esto quiere contribuir la carta Dies Domini.

La escucha de la Palabra, la celebración de la Eucaristía, la acción de gracias, el descanso y la alegría cristiana, la experiencia de la fraternidad… Todos ellos son elementos que se abordarán en los números sucesivos, y que nos deben cuestionar a nosotros hoy, para, de esta manera y como dice el Papa en el número 7, "abrir nuestro tiempo a Cristo", viviendo las exigencias de la fe y encontrando –esto es muy típico de San Juan Pablo II y a la vez muy cierto- un camino seguro de humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida.

El día de la creación

La Carta Apostólica sobre el domingo cristiano se desarrolla en varios capítulos en los que va calificando el hecho de que el domingo es un "día": día de la Creación, de la Resurrección, de la Eucaristía, de la Asamblea… Se trata de que entendamos bien lo que significa este "día".

Es verdad que lo lógico sería entrar de lleno en el significado más obvio: el domingo es el día de la Pascua, el día de la Resurrección, el día "en que Cristo ha vencido la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal", como bien dice el embolismo del domingo de las plegarias eucarísticas.

Sin embargo en el número 8 de la Carta el santo Papa Juan Pablo II nos hace una invitación: "Es necesario, pues, releer la gran página de la creación y profundizar en la teología del ‘sábado’, para entrar en la plena comprensión del domingo". Y es cierto. Si no consideramos la relación que hay entre el domingo y la obra de la creación –en paralelo con la obra de la redención, de la salvación en Cristo- y si no comparamos el domingo cristiano con el sábado judío hay algunos aspectos que se nos escaparán sin remedio.

Por tanto, en primer lugar, el domingo hace referencia a la magna obra de la Creación. La Creación comienza el primer día de la semana, el domingo. Pero esa obra magna no se puede entender sin referencia a la obra de la nueva Creación, obrada por Cristo.

En Dies Domini hay una invitación seria, partiendo de los textos del libro del Génesis sobre la creación, a contemplar y maravillarnos ante la obra de la Creación, de la que podemos y debemos gozar. Una actitud de estupor y acción de gracias que nos lleva desde la fe al Creador mismo, nos hace entrar en comunión con él y adorarle.

Introduce aquí el papa el tema del descanso. El relato del Génesis explica de forma alegórica como Dios, al concluir la obra de la creación, descansa y deja el testigo al hombre, pero contempla lo que ha creado y ve que era "muy bueno". Por eso, dice el Papa, el descanso, que nosotros tenemos asociado al domingo como los judíos lo tenían asociado al sábado –de hecho es una dimensión que los cristianos hemos heredado del pueblo de Israel-, no es solamente el descanso entendido como dejar de trabajar, interrumpir nuestras tareas; sino que es el descanso que permite una mayor comunión con el Creador. El descanso no es un fin en sí mismo, sino que está en función de profundizar nuestra relación con Dios. Es un tiempo “para el Señor”. No basta el mero descanso.

El Antiguo Testamento entiende muy bien lo que significa esto: un tiempo para recordar y actualizar la obra de Dios, para entrar en comunión con Él, para estar pendientes de Él. Bien es cierto que el fariseísmo en tiempos de Jesús ponía el énfasis en lo que se podía o no hacer en sábado, y Jesús les tiene que recordar que lo importante no es eso, sino que eso te lleve a Dios, que haga de ese día un día para el Señor, que por la misma razón les santifique, les transforme según el corazón de Dios.

Pero claro, nosotros, como cristianos, no solamente recordamos y agradecemos la obra de la creación. El recuerdo principal, el que fundamenta y da sentido al domingo cristiano es el recuerdo de la Resurrección del Señor, aunque engarzada en esa historia maravillosa que, desde la creación y el pecado del hombre, Dios ha hecho para que el hombre retornase a Él libremente.

Día de Cristo, día del Espíritu: la Pascua semanal

El domingo cristiano no se puede explicar solamente con las referencias y analogías al sábado judío. Esto solamente nos permitiría tomar en consideración algunos aspectos, que, aun siendo importantes, como el tema de la creación y el del descanso, sin embargo no son los temas centrales. El domingo cristiano es ante todo el día de la Pascua semanal, y en ese sentido hace referencia a la resurrección de Cristo y al don del Espíritu Santo.

Ya no es el centro la referencia al día de la Creación lo que determina el domingo, como ocurría con el sábado judío, sino la referencia a la nueva Creación, a la obra de salvación llevada a cabo en Cristo, por su muerte y resurrección. La resurrección de Cristo supone un nuevo inicio, una nueva creación, en la que, como dice el Pregón Pascual, si admirable fue la primera, mucho más admirable ha sido ésta en la que Cristo ha reconciliado a los hombres con Dios por medio de su Sangre.

El domingo es por tanto el día que nos recuerda, dentro del curso de nuestra vida terrena, de la sucesión de las horas y los días, que estamos abiertos a la eternidad, que nuestra vocación y nuestra patria es el cielo, que somos caminantes y peregrinos hacia la casa del Padre, y que, aunque vivimos en este mundo, no nos acomodamos a Él, sino que intentamos vivirlo y transformarlo de acuerdo con aquello que esperamos. El domingo es también, en ese sentido, una tarea. Es, por tanto, no solamente el día primero, que hace referencia a la creación, sino también el día después del sábado, es decir: el octavo día, el día de la eternidad.

Todo lo que supone la celebración anual de la Pascua se verifica también en el domingo, que es la Pascua celebrada semanalmente. Por ejemplo, la referencia a Cristo como Luz, que es tan importante en la Vigilia Pascual, también está presente en la teología y en los textos de las celebraciones dominicales.

En la Pascua la buena noticia de la Resurrección del Señor, anunciada a los apóstoles y vivida como un encuentro personal en las apariciones de Jesús, se acompaña de un regalo: el don del Espíritu Santo. El Espíritu es el don de la Pascua. Es el Defensor, el que nos guía hasta la verdad completa, el que hace posible la Iglesia como un pueblo de resucitados que alaba a su Señor. El domingo es también día del Espíritu Santo.

Resurrección y don del Espíritu. ¿Dónde concluyen ambas realidades en la vida del creyente? Precisamente en la fe. El don del Espíritu Santo es el que actualiza esa buena noticia y la hace presente, viva y operante en la vida del creyente. ¿Cómo? Principalmente por medio de la Eucaristía, como veremos en el siguiente capítulo de Dies Domini, dedicado precisamente a este tema. Pero ciertamente baste ahora decir que el domingo, Pascua Semanal, es el día de la fe. Allí hacemos profesión de fe. Por eso la misa dominical tiene como una de sus características principales que se recita o se canta el Credo: lo que ahí profesamos luego estamos llamados a vivirlo en los demás días de la semana, para que la fe sea una respuesta que damos al Señor con nuestra vida, y no con meras palabras vacías.

Termina el capítulo con una afirmación solemne acerca del carácter "irrenunciable" del domingo cristiano. Citando el Concilio Vaticano II, reafirma que "la Iglesia no se opone a los diferentes sistemas del calendario civil, siempre que garanticen y conserven la semana de siete días con el domingo". ¿Es tan irrenunciable para nosotros el domingo? Debería serlo, porque sin el domingo no podemos ser cristianos.

El corazón del domingo cristiano

No hay Iglesia sin Eucaristía. La Iglesia vive de la Eucaristía. La Eucaristía construye a la Iglesia. Son frases que nos recuerdan el magisterio reciente de los papas –San Juan Pablo II y Benedicto XVI especialmente- que han insistido sobre el nexo profundo entre celebración de la Eucaristía e Iglesia. El capítulo IV de Dies Domini profundiza en esa idea, mostrándonos así el corazón del domingo cristiano: la celebración dominical de la Eucaristía.

Lo primero que nos encontramos en el capítulo tercero de Dies Domini es una hermosa descripción de la celebración eucarística, considerada desde sus distintos aspectos. El domingo también es el Dies Ecclesiae, es decir, el "día de la Iglesia", precisamente porque es el día de la Pascua semanal, el día de la Eucaristía dominical.

Reuniéndose en asamblea, los cristianos manifiestan el misterio de la Iglesia, que brota de la presencia prometida del Resucitado hasta el fin de los tiempos, como presencia viva y actual. Para percibir esa presencia es necesaria la dimensión comunitaria, la asamblea convocada, que eso precisamente significa Iglesia. Recuerda el Papa san Juan Pablo II en este punto el famosísimo resumen de la vida de la Iglesia de Hch 2,42, que convendría volver a leer cada uno personalmente.

Asamblea y Eucaristía. Es importantísimo, es crucial que estos dos elementos tengan una gran vitalidad en nuestras comunidades eclesiales, porque la Eucaristía es también –nos lo recuerda el documento- la "fuente" de la vida de la Iglesia. De ahí nace todo. Ese encuentro con el Resucitado da sentido a todo lo que hacemos, y nos da la fuerza para hacerlo.

Es importante, por tanto, revalorizar el domingo y revalorizar la Eucaristía, y esa es una invitación que nuestro documento dirige a los pastores, pero también a los fieles. No hay actividad más importante en la vida de una comunidad cristiana que la Eucaristía dominical. Nada la puede sustituir. No podemos construir una verdadera comunión entre los cristianos si no es a partir de la comunión eucarística.

Sin embargo muchas veces los pastores se desaniman, los fieles no acaban de ver la importancia de la participación en la Misa dominical, y al final parece que no es algo tan urgente. Pero, ¿qué sería de la Iglesia sin la Eucaristía? ¿Qué estaríamos construyendo, una "obra de nuestras manos"? ¿De qué serviría? ¿Cómo cumpliría su misión?

Es por tanto necesario y urgente fomentar esa participación, y es muy importante hacerlo especialmente en la familia, por medio de la educación cristiana y la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. En su momento el documento habla del "precepto dominical", de la "obligación" de ir a Misa, colocada en un contexto positivo –el por qué– más que en el meramente jurídico.

Por lo demás, el grueso del capítulo lo constituye una hermosa descripción de la celebración eucarística, de cómo debería ser. Podemos decir, de alguna manera, que el documento "nos pone deberes". Al menos el de confrontar nuestra vivencia dominical con la profundidad que los números 39 y siguientes describen la celebración. Leámoslos atentamente y disfrutémoslos. La teología que hay detrás es la de la "doble mesa" de la Palabra y del Pan de Vida, y es una hermosa síntesis de lo que la celebración es, a muchos niveles: simbólico, espiritual, pastoral…

Finalmente, el capítulo nos ofrece dos reflexiones interesantísimas: la relación entre celebración eucarística y misión –hemos dicho que toda la vida de la Iglesia nace de la Eucaristía, ¿verdad? – y luego la necesaria participación de los fieles en la celebración.

Ramón Navarro Gómez
Delegado Episcopal de Liturgia

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