2 de marzo 2016

“Dios me salvó, dándole a mi vida un sentido profundo cuando parecía que no lo tenía”

Testimonio vocacional de Alejandro Roa González, seminarista de quinto curso del Redemptoris Mater

Mi nombre es Alejandro Roa, tengo 25 años, soy de Argentina, y estoy en el Seminario Redemptoris Mater de Murcia, cursando el quinto año de estudios.
En septiembre del 2009 entré en el seminario, luego de haber ido a una convivencia en Italia con muchos jóvenes que, como yo, se sentían llamados al presbiterado. En dicha convivencia, a la que llegamos dispuestos a ir a cualquier lugar del mundo, se me propuso venir al Seminario Misionero de Murcia. Yo acepté, aunque no sabía bien dónde quedaba Murcia, ni había oído antes hablar de ella, todo esto lo viví como una aventura inmensa: seguir a Cristo, a donde sea, a cualquier parte del mundo... y ¡aquí estoy!, viendo que el Señor precede y acompaña.
Tenía 18 años cuando salí de mi casa, de mi familia, dejando mi país, y dispuesto a ir a cualquier parte. Esto no se explica si no es por la fuerza que Dios da al que llama. Hoy miro hacia atrás, y me sorprende a mí mismo todo lo que he vivido siendo tan joven. Sin embargo, esto es a la vez una garantía de que Dios me acompaña en este camino, de que Dios te da la fuerza para seguirlo, y todo en gratuidad, no por un esfuerzo humano, ni mucho menos.
En mi caso, la llamada al presbiterado es fruto de un proceso gradual, vivido en mi familia y en mi comunidad neocatecumenal, hasta llegar a un encuentro personal con Jesucristo, por medio de la Palabra, de los Sacramentos, de la vida en comunión. Cuando tenía 17 años, y estaba por comenzar mi último año de Bachillerato, fui a una convivencia, a un retiro espiritual digamos, con mi comunidad. A esta convivencia fui sin mucho interés, un poco para complacer a mis padres, para “hacer buena letra” como decimos en mi país. En esa época yo atravesaba un tiempo difícil, una típica crisis de adolescencia podríamos decir: no aceptaba la realidad de mi familia, me peleaba por todo... En el fondo, no me sentía querido por nadie, no me aceptaba a mí mismo. Yo buscaba ser feliz, salía con una chica, tenía deseos de casarme en el futuro, y tener muchos hijos… esa era mi vida, y mis aspiraciones. Sin embargo, en esta convivencia cambió todo. Allí experimente que “la fe viene por el oído”, por escuchar. Recuerdo que, mientras mi catequista hablaba, yo experimentaba que Dios me decía dentro mí: “Esto es verdad”, “Yo te amo Alejandro, te quiero como eres, no tienes que dar la talla ante mí… No tengas miedo, sígueme.” Y decidí seguirlo. A partir de esta convivencia, mi vida cambió: la que era mi novia, dejó de serlo. Mientras tanto, yo comencé a discernir esta llamada inesperada, hasta que, al fin, luego de un año y medio, entré al seminario.
Dos cosas me motivaban a seguir adelante con la vocación: Por un lado, experimentar que cuanto más sigo a Jesucristo, más feliz soy. Comencé a descubrir la “voluntad de Dios”, y la felicidad de poder vivirla. Por otro lado, había algo que dentro de mí me impulsaba a anunciar a Jesucristo a los demás: el agradecimiento al Señor por todo el bien que me ha hecho. Hay muchas cosas que Dios ha curado en mi vida, como por ejemplo, la relación con mis padres y con mis hermanos, a los que quiero sinceramente, además de otras debilidades que me está ayudando a superar.
En este tiempo de seminario, concretamente seis años y medio, Dios me ha ayudado a conocerme a mí mismo, a ver lo que soy, a descubrir mi debilidad, mi pobreza, pero a la vez, me ha hecho experimentar que su gracia me basta. Y esto es así en todos los aspectos, en lo afectivo (tengo mi familia lejos, y aunque los eche de menos, Dios me regala el ciento por uno en mi relación con otros hermanos en la fe), en lo material, en lo espiritual, en todo. Esto es muy importante para mí, porque soy consciente que la vida del presbítero es algo muy serio. Al principio le tenía miedo al celibato, le tenía miedo a la soledad, no me creía capaz. Ahora, tampoco me creo capaz, pero veo que es algo que lo va realizando el Señor en mí. He podido experimentar que el celibato no es una represión, ni mucho menos, es una forma de amar con más libertad, en el servicio, en la donación a los demás. En este último tiempo, tengo que confesar que comienzo a descubrir a la Iglesia como la que será mi esposa, si Dios lo confirma.
En resumen, esta es mi experiencia. Dios ha sido muy bueno conmigo, me ha dado la vida, me ha dado una familia que me ha transmitido la fe, me ha hecho vivir en su Iglesia desde pequeño, y me ha hecho experimentar que su muerte y su resurrección son un acontecimiento actual, que tiene poder para salvar al hombre de hoy, porque a mí me salvó, dándole a mi vida un sentido profundo cuando parecía que no lo tenía. Esto es algo tan grande, que uno no se lo puede callar, no se lo puede guardar para sí. Con la ayuda del Señor, seguiré sus pasos…

 

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