14 de marzo 2019

“Cuanto más sigo a Jesucristo, más feliz soy”

Testimonio de Ángel Johan Rodríguez, seminarista del Seminario Internacional Misionero Redemptoris Mater.

Soy Ángel Johan Rodríguez Peña. Tengo 35 años, nací en San Francisco (Estado Zulia, Venezuela), aunque soy hijo de padres colombianos; mi madre se llama Leila, es ama de casa, y mi padre se llama Ángel, es carpintero. Soy el cuarto de seis hermanos (el mayor ya en el cielo). Soy seminarista del Seminario Diocesano Internacional y Misionero Redemptoris Mater de Murcia y estoy cursando el segundo año de Filosofía. Me gradué en Derecho en la Universidad del Zulia en el año 2008 y ejercí como abogado durante ocho años.

Me crie en un barrio muy pobre de mi ciudad. Crecí en un hogar en el que había un gran sufrimiento: la conducta de mi padre y la agresividad que su adicción al alcohol le generaba tanto hacia mi madre como hacia nosotros, los hijos. Esto, lógicamente, no me permitía ser feliz, ni tampoco veía el amor de Dios en medio de esa realidad. Por ello, me fui buscando mi propia “felicidad”. Primero, con el dinero; desde los 12 años lo busqué por cualquier medio. Pero por misericordia del Señor, entré a una comunidad Neocatecumenal de mi parroquia en una etapa de rebeldía, a los 16 años, donde se me predicó a un “Dios Amor”, de perdón, que me amaba con todos mis pecados y que me ofrecía una nueva vida en Él.

Pero yo seguí con mi proyecto personal. Dios me dio la gracia de ser abogado, tener dinero, tener muchas novias y viajar por el mundo entero (que era lo que yo deseaba), pero la realidad fue que eso no me hacía feliz, no me llenaba. ¡Dios no deja que el hombre se aliene y se entregue a los falsos ídolos! A mis 28 años caí en un sinsentido terrible y, gracias a mis catequistas del Camino, escuché que si quería ser verdaderamente feliz tenía que dejar todo y seguir a Cristo, como lo había hecho Abraham. Y Dios, a través del Espíritu Santo, me dio la gracia de dejarlo todo: trabajo, casa, familia, etc., e iniciar un tiempo de evangelización en itinerancia (misión), en precariedad. Estuve durante tres años anunciando el Evangelio y viviendo de la providencia de Dios; sólo tenía la Biblia de Jerusalén y la cruz de misionero. Y fue ahí donde me encontré con Jesucristo y conocí la verdadera felicidad. Luego entendí que Dios me estaba llamando a servirle a través del ministerio sacerdotal y por eso ingresé en este seminario, con otros jóvenes de diversos países -ya que es internacional- después de una convivencia vocacional en Italia.

Dos cosas me motivan a seguir adelante con la vocación: por un lado, experimentar que cuanto más sigo a Jesucristo, más feliz soy; y por otro, algo que dentro de mí me impulsa a anunciar a Jesucristo a los demás: el agradecimiento al Señor por todo el bien que me ha hecho. Hay muchas cosas que Dios ha curado en mi vida como, por ejemplo, la relación con mi padre, al que ahora amo sinceramente, además de otras debilidades que me está ayudando a superar.

Por todo ello, aquí estoy, en el seminario, y siguiendo el Camino con una comunidad de la parroquia de San Nicolás, en Murcia, con hermanos -matrimonios, solteros, viudas- que me han acogido en la fe y me sostienen espiritual y a veces materialmente, tratando de cumplir la voluntad de Dios. Contentísimo y muy agradecido al Señor y a su Iglesia, que me ha acogido y me acompaña y corrige para poder madurar en la fe y aprender a servir como presbítero en cualquier lugar del mundo donde sea preciso. Confío en la intercesión de la Santísima Virgen María para poder terminar este proceso que el Señor ha iniciado en mí.

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