18 de marzo 2019

«Una simple mirada a Jesús Eucaristía basta para alentar el corazón»

Testimonio vocacional de Ángel Antonio Aragón, seminarista del Seminario mayor San Fulgencio.

Nací en Murcia, el 27 de junio de 1996, en el seno de una familia cristiana de cuatro hijos. Fui bautizado el 29 de septiembre del mismo año, en la parroquia de la Inmaculada Concepción de Santiago y Zaraiche. Desde entonces, mi vida de fe y de amor a Dios, a María y a la Iglesia se vio alimentada por el testimonio de mi abuela, de mis padres y de toda la familia. Recibí por primera vez el sacramento de la Eucaristía el 21 de mayo de 2006.

Desde entonces, participaba más activamente en la vida parroquial, primero en la lectura de la Palabra de Dios y después en el servicio del altar como monaguillo. Durante todo ese tiempo conté con el apoyo de los dos párrocos que he tenido, especialmente del actual, que cumple su duodécimo año como tal. Él siempre había visto en mí indicios de una vocación sacerdotal, pero nunca me quiso presionar; al contrario, oró insistentemente al Señor por mí para que pudiera descubrir la llamada por mí mismo y sin obstáculos. Recibí el sacramento de la Confirmación el 23 de enero de 2010, después de tres años de preparación junto al resto de compañeros del grupo. Al culminar la iniciación cristiana, emprendimos la tarea de contribuir al trabajo de Manos Unidas por medio de actividades de caridad y de solidaridad en su favor.

Respecto a la formación intelectual en el colegio y el instituto, la capacidad de estudio recibida de Dios nunca se vio truncada, sino que daba mucho fruto. Sin embargo, la excesiva fijación en esta tarea me hacía olvidar a veces a Dios, a los demás e, incluso, el necesario tiempo de esparcimiento personal. En ese tiempo viví la experiencia del amor humano en una relación de noviazgo con una chica de clase, algo que me hizo madurar en el amor y en el perdón. El Bachillerato me enfocaba ya hacia el proyecto personal de estudiar Matemáticas en la universidad, a la vez que profundizaba en la fe cristiana por medio de unas catequesis para adultos en base al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

Cuando todo parecía ya perfectamente planificado y medido, quiso el Señor irrumpir fuertemente en mi historia y encontrarse conmigo. Entre los meses de marzo y abril de 2013, participé en una vigilia de oración por las vocaciones sacerdotales en el Seminario mayor San Fulgencio, invitado por mi párroco, por el seminarista que había en mi parroquia y por el coro. Durante esta oración, experimenté una atracción tan fuerte de parte de Dios que detonó un cambio radical de vida en mí. Fue entonces cuando observé la necesidad de vaciarme de todo lo que sobraba dentro de mí para dejar paso a la luz de Dios que venía arrasándolo todo y me lancé confiado al sacramento de la Reconciliación un viernes 24 de mayo de 2013. Al mes siguiente, tuve una entrevista con el rector del seminario, en la que expuse mi historia y mi experiencia de encuentro con Dios, y ese mismo verano participé en una convivencia vocacional con los seminaristas y con otros jóvenes que estaban sintiendo las mismas inquietudes. A partir de entonces, todo fue muy rápido.

Comencé la experiencia del Preseminario en octubre de 2013, a la vez que cursaba 2º de Bachillerato; superada satisfactoriamente la Prueba de Acceso a la Universidad (actual EBAU), ingresé en el Seminario Mayor San Fulgencio en la tarde del 16 de septiembre de 2014. La presencia de la Virgen María en mi historia vocacional se hizo patente a partir de mi consagración a ella, Reina de los Corazones, el 2 de mayo de 2015. Fui instituido lector el día 4 de diciembre de 2016, acólito el 26 de noviembre de 2017 y admitido como candidato a las sagradas Órdenes el 15 de abril de 2018.

En la actualidad, estoy inserto en la etapa configurativa de la formación sacerdotal y en el quinto curso del Ciclo Institucional del Instituto Teológico San Fulgencio. El seminario es el taller en que el Padre modela los corazones de los seminaristas al mirar a su Hijo y por medio de su Espíritu. Cuando miro hacia atrás, no puedo negar que Dios ha actuado, pero nunca dejará de hacerlo. Estoy ilusionado por ser anunciador de Cristo, sacerdote de Cristo, guía hacia Cristo. La alegría de seguir al Señor no se compara a nada de este mundo, pues todo lo que parece brillar hoy, mañana se derrumba; pero Dios no pasa nunca. A veces vienen las dudas y las pruebas, pero son el momento propicio para optar siempre por Dios, porque esa prueba no debilita, sino que acaba fortaleciendo. Y cuanto más parece acercarse el momento de la unión sacramental con Cristo Siervo, Cabeza, Pastor y Esposo, a pesar del miedo primero, una simple mirada a Jesús Eucaristía basta para alentar el corazón en la confianza de Aquél que me amó primero.

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