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María, de 29 años, profesa sus votos temporales en las clarisas de Lorca
Sor María de los Milagros del Divino Amor profesó, el sábado, sus votos, tras tres años en el monasterio de Hermanas Pobres de Santa Clara.
El templo del monasterio de Santa Ana y Santa María Magdalena de Lorca acogió en la tarde del sábado la consagración de una monja, que realizó sus votos simples ante el obispo auxiliar de la Diócesis de Cartagena y delegado para la Vida Consagrada, Mons. Sebastián Chico, que presidió la celebración.
Vestida de novia, del brazo de su padre, sor María de los Milagros del Divino Amor entró en la iglesia para profesar sus votos temporales como hermana pobre de santa Clara. Tras la lectura del Evangelio, la religiosa pidió su consagración al obispo.
Después de la homilía tuvo lugar el rito, que se asemeja al que realizó la fundadora cuando, vestida con sus mejores galas, se escapó de su casa para ir a la Porciúncula donde le esperaba san Francisco de Asís. Allí cambió su vestido por un sayal, puso un cordón con nudos en su cintura y cortó su pelo. De igual forma lo hizo esta religiosa el sábado: cambió su vestido blanco por el hábito marrón, con toca y velo; anudó a su cintura una cuerda con tres nudos, y su madre cortó su pelo, que llevaba adornado con pequeñas flores blancas. También cambió sus tacones por las sandalias propias del hábito.
La abadesa, acompañada de la vicaria y la maestra de novicias, le pusieron la medalla de la Inmaculada, se le hizo entrega de las constituciones de la orden y de una cruz.
Los votos que la joven lorquina de 29 años hizo son cuatro: pobreza, castidad, obediencia y clausura. Son temporales, por tres años, finalizado este periodo los renovará, anualmente, dos años más. Tras esos cinco años, profesará los votos perpetuos.
Testimonio de vida
«Siempre he tenido esa cosica dentro, he sentido algo que no sabía ni lo que era. Cuando veía a una religiosa algo se removía dentro de mí muy fuerte». Con estas palabras cuenta sor María de los Milagros del Divino Amor cómo, antes de plantearse su vida como religiosa, ya sentía la llamada.
A los 25 años, tras pasar unos momentos difíciles, se dio cuenta de que Dios era el único que se había mantenido junto a ella. Fue entonces cuando empezó a acercarse más a él, a la vez que empezó a sentir algo distinto en su interior, una atracción especial a la vida religiosa, por lo que decidió probar si esa era su vocación realmente, aunque no lo tenía muy claro. Se lo contó a su familia y su madre, que al principio se mostró sorprendida, le cogió de las manos y le dijo: «Te conozco y sabía que esto me lo dirías algún día, que esto iba a pasar».
Desde ese momento estuvo visitando distintas congregaciones, tanto de vida activa (que era lo que ella buscaba realmente) como de vida contemplativa, algo que le removía más por dentro. Cuenta, entre risas, que durante esta búsqueda «sentía que necesitaba una relación más profunda con el Señor, estar en una burbuja con él».
Un día decidió visitar el convento del templo al que solía ir a misa los domingos, el de las Hermanas Pobres de Santa Clara de Lorca, su ciudad natal. Allí sintió algo especial. Aun así, siguió buscando, hasta que decidió hacer una experiencia con ellas. Doce días que terminaron llenos de lágrimas; un llanto causado por la alegría que había experimentado allí dentro. Algo que, en palabras suyas, «nunca había experimentado por nada». Dos meses después entró al monasterio.
Ahora, tres años después, define su decisión como una aventura que le causa felicidad y alegría, y eso se muestra en su continua sonrisa.
Fotografías: Pilar Wals
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Licenciada en Periodismo. Redactora de la Delegación de Medios y responsable de redes sociales. Volver a noticias
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