12 de julio 2017

“He nacido para, con Jesús, llevar almas al cielo”, Javier Conesa Carrillo

La parroquia de San Pedro de Espinardo acogerá el sábado la ordenación sacerdotal de Javier, a las 11:00 horas, presidida por el Obispo de Cartagena.

Javier Conesa Carrillo será ordenado sacerdote en su parroquia, San Pedro, de la pedanía murciana de Espinardo, este sábado 15 de julio, a las 11:00 horas, en una celebración que estará presidida por el Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes.

Javier nació el 3 de enero de 1988, junto a su hermano mellizo, los menores de 6 hermanos. “Desde pequeño tenía el deseo de ayudar a las personas a encontrar a Dios y de contar lo que me transmitían mis padres; recuerdo que todas las palabras que escuchaba sobre Dios se me guardaban íntegramente en el corazón e intentaba vivirlas en lo secreto con Dios”, relata el joven. En la adolescencia entró en el Camino Neocatecumenal donde siguió su vida de fe y, como cualquier joven, sus anhelos giraban en torno a los amigos, divertirse y conocer a alguna chica. Y así ocurrió, a los 18 años inició una relación que duró dos años y medio, “pero en el fondo de mi corazón sentía el deseo de un amor más grande, de abrazar al mundo entero”.

“Poco a poco Dios fue llevándome a su intimidad”, con esas palabras cuenta Javier Conesa cómo comenzó su vocación. “Fue en una peregrinación a Lourdes y a Loreto, en el rezo diario del Rosario donde se me despertó un deseo más grande, una llamada a algo distinto de lo que estaba viviendo, algo más que no sabía descubrir, pero que mi corazón buscaba con ansia”.

Fue entonces, cuando empezó a hacer Ejercicios Espirituales de San Ignacio y a retirarse muy a menudo en silencio. Un día, en una tanda de ejercicios de ocho días, le pidió a Dios una respuesta y, al tercer día, el 2 de abril de 2008, sitió la llamada: “me decía ‘Javi, si quieres, esto que estás viviendo te lo regalo para siempre, quiero que estés conmigo siempre’. Sentía que se me abría una puerta nueva, que Dios me proponía seguirle más de cerca, ser de sus íntimos”.

Al finalizar los ejercicios, su vida había cambiado, había descubierto que había sido llamado, pero aún no sabía a qué. Durante todo ese año su vocación se fue confirmando y decidió hacer una experiencia para ver dónde lo quería el Señor. Primero fue a los Carmelitas, con quienes estuvo diez días, pero sentía que necesitaba una vida más austera, silenciosa y contemplativa. Después fue a Francia, a los Hermanos de Belén, una orden contemplativa, con quienes estuvo un mes, pero sintió “un deseo fuerte de que otros descubrieran a Dios en la intimidad, en la oración, en el silencio –cuenta el diácono–. Sentí que mi vocación era llevar almas a Jesús, a su intimidad”.

Tras estas experiencias, se dedicó por completo a terminar la carrera (Ciencias Medioamientales), sin olvidar esa llamada a la que buscaba dar respuesta. En verano hizo una experiencia en Oviedo con la comunidad de San Juan, que respondía a sus dos inquietudes: una vida de oración y una vida apostólica. Pero Javier seguía sin encontrar su sitio, lo que le hizo plantearse el ser laico consagrado y comenzó a estudiar Teología. Pero tampoco era esa su vocación, por lo que hizo una nueva experiencia con los Esclavos de la Eucaristía y María Virgen.

Fue ahí donde sintió, por primera vez, la llamada al sacerdocio. Habló con el rector del Seminario y empezó el preseminario. Y poco a poco fue descubriendo, como él mismo cuenta, que “el sacerdocio podría ser la vocación que Dios había pensado para mí, para servirle y amarle”.

“Cuando entré en el Seminario lo hice sin saber si era mi sitio. Entré porque Dios me dio pistas suficientes para entrar, pero no me confirmó nada. Y cuando entré dije: ‘yo dejo mi voluntad en la puerta y que sea lo que Dios quiera. Si no quiere que este sea mi sitio me sacará y, si no, me irá confirmando’”. Dudas y fragilidades que han desaparecido por su confianza plena en el Señor: “Cuando iba a ser ordenado diácono el rector del Seminario me preguntó que por qué pensaba yo que debía ser ordenado diácono y yo le respondí: ‘para mí lo importante no es que yo me vea, sino que la iglesia lo vea’. Al final te vas dando cuenta de que no es tu vocación, sino la vocación de Él en ti”.

Estos cuatro años de Seminario han sido para él, “cada día una prueba y una nueva llamada”. En el primer curso, al llegar el verano, Javier hizo unos ejercicios espirituales donde volvió a sentir la llamada a la vida contemplativa, y esto le hizo dudar de si había elegido bien el camino. Pero finalmente llegó a una conclusión: “No son dos llamadas contradictorias, pues el Señor me llama a ser monje por dentro y también pastor”. Por ello durante estos años ha trabajo por integrar la vida contemplativa en la vida activa, “ser sacerdote contemplativo”. Javier tiene claro que su sitio es el sacerdocio, pero viviendo esa condición desde la contemplación: “Los cinco años de vuelta por monasterios y vida religiosa me hicieron entender cómo Dios quería que fuese sacerdote: contemplativo, amigo del silencio, pobre, arraigado en la verdad, desde María, eucarístico y cercano a los más pequeños y sufridos”.

Son muchas las enseñanzas y reflexiones que se lleva de estos años de formación en el Seminario San Fulgencio de Murcia, pero sin duda, la experiencia que más le ha ayudado en todo este tiempo ha sido el contacto con los enfermos, lo que le hace reafirmarse en su vocación y tener un objetivo muy claro en su vida: “Mi vida no es para algo, es para alguien”. Ha marcado su vida y su vocación el estar con enfermos de SIDA con las Misioneras de la Caridad y el cuidado de ancianos pobres y enfermos en el Cottolengo en Albacete, “donde sentí de una forma nueva la presencia de Dios en el que sufre, y que él me esperaba ahí para ser consolado y para consolarme”. Uno de los días que Javier fue al hospital a dar la comunión a los enfermos, una mujer le miró y le dijo “Javi, para esto has nacido, para ayudarme a ir al cielo”. Una experiencia  que selló su vocación: “he nacido para, con Jesús, llevar almas al cielo”. Este joven diácono tiene claro que los enfermos y la oración son para él los dos pilares de su vocación. “Dios me grita en medio del mundo que lo visite”, asegura.

El sábado, en su ordenación, dará unos recordatorios de la misma con una frase de Santa Madre Teresa de Calcuta, que le ha acompañado durante todo el tiempo de Seminario: “Mantén la alegría de amar a Jesús en tu corazón y comparte esta alegría con todos con los que te encuentres”. El domingo 16 de julio, a las 11:00 horas, celebrará su primera misa de acción de gracias en su parroquia, San Pedro de Espinardo.

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