“Mi vocación ha estado siempre guardada por María”
Testimonio vocacional de Brian Palao Abellán, seminarista de primer curso de San Fulgencio
Nací en Yecla el 9 de marzo de 1998, en el seno de una familia cristiana pero no practicante y viví desde muy niño únicamente con mi madre.
Tras recibir la Primera Comunión perdí el contacto con la Iglesia, pero la devoción a María siempre ha estado muy presente en mi vida. Al llegar al instituto conocí a amigos que me llevaron a caer en falsos ídolos que hoy en día apoderan a la juventud: alcohol, fiestas, etc... Poniendo mi felicidad y mi esperanza allí. Mi vida cambió cuando me ofrecieron iniciar las catequesis de Confirmación. Yo dije que no rotundamente, consideraba que eso era una pérdida de tiempo, pero tras la insistencia de algunos amigos decidí ceder y comenzar esas catequesis. Ese periodo me sirvió para acercarme de nuevo a la Iglesia y conocer la fe.
La parroquia de la Purísima realizó una peregrinación para jóvenes a Granada y Sevilla. Esto hizo que me acercara al Señor y comenzar a llevar la vida cristiana más en serio. También tras esto se formó un coro juvenil del cual yo formo parte, lo que hizo que tuviera que comprometerme a ir a misa sin saltármela. El coro me sirvió para verdaderamente comenzar a formar parte de la comunidad parroquial de la Purísima.
Ese mismo año, en las fiestas en honor a la Inmaculada, en una visita a la Virgen, me encuentro con una exposición del Santísimo; yo no sabía que era lo que sentía, pero todo comenzó ahí, yo no estaba pasando por un buen momento y el Señor comenzó a tocarme el corazón. Tenía miedo y no quería aceptarlo ni tampoco considerar el sacerdocio como una forma de vida para mí. Esas navidades hablé con el sacerdote y comencé con la dirección espiritual. Ésta me ayudó a organizar mi vida y a acercarme a la oración. Comencé bien, pero conforme el tiempo fue pasando, dejé de ser transparente y comencé a no tomarme nada en serio, consideraba que todo era una pérdida de tiempo y mientras los jóvenes que conocía lo pasaban bien y hacían lo que querían yo tenía que estar haciendo otras cosas diferentes. Así acabé con la dirección espiritual abandonando la fe y la Iglesia; dejé de ir a misa y de hacer oración, y en su lugar comencé de nuevo a poner en el centro de mi vida a mis amigos y la diversión. Fueron mis amigos, que también estaban en el coro de la parroquia, los que me hacían ir de vez en cuando.
Pese a esto, un día un señor de la parroquia me invitó a realizar las catequesis del Camino Neocatecumenal, que yo no quería, pero que por el aprecio que yo le tenía decidí hacerle caso. Tras terminar las catequesis e ir a la convivencia de inicio comiencé a caminar en una comunidad, pero al poco tiempo dejé de hacerlo debido a que vi que ese no era mi lugar y no me sentía cómodo allí.
La directora del coro, aunque yo hacía mucho tiempo que no iba, me llamó para invitarme a cantar en la festividad de la Virgen del Carmen. Ese día llegué puntual, antes que nadie, y sentado en un banco esperando, comencé a mirar el Sagrario y de nuevo sentí ese abrazo del Señor que me invitaba con fuerza a seguirle. Otra vez vino ese miedo y esa incomprensión de tal modo que tras esto comencé a volver a ir a ponerme en oración delante del Santísimo, tal y como lo hacía antes; con insistencia pedía al Señor que si verdaderamente quería que fuese sacerdote me diera una señal clara que yo supiera reconocer, o algo que me hiciera reconocer mi camino y lo que Él tenía preparado para mí.
Esos días, en mi parroquia se iba a celebrar la ordenación sacerdotal de otros dos jóvenes. Allí me encontré por casualidad con el rector del seminario que me preguntó que si yo alguna vez había pensado en ser sacerdote. Fue una gran sorpresa y un gran asombro, ya que para mí suponía la señal que con tanta insistencia pedía al Señor para darme a conocer mi vocación.
Decidí volver a hablar con mi antiguo director espiritual que ya no estaba en mi parroquia, y contarle lo que me pasaba. Tras esto comencé a llevar mi vocación en serio, cuidando lo que el Señor me había dado. También descubrí la importancia de la oración en la vida de todo cristiano, de la confesión y de la Eucaristía como centro de todo. Colaboraba en la parroquia en todo lo que podía. Fui perseverando día a día y para mí fue una gran suerte poder ir avanzando junto a Raquel, amiga mía y compañera de clase, que también se sentía llamada a la vocación religiosa, al Carmelo, donde actualmente está. Ella con su ejemplo y compañía, me ayudó en mi vida diaria y me apoyó en los momentos de necesidad para acrecentar el fuego del amor de Cristo en mí.
Así comencé el preseminario, donde pude confirmar mi vocación en las jornadas que pasé allí y conocer a gente igual que yo también llamados por el Señor. En septiembre del 2016 comencé el curso de primero junto con ocho jóvenes más.
Mi vocación ha estado siempre guardada por María. Su manto me ha estado cubriendo en los momentos de debilidad y ella sigue ahí, mirándome de una manera maternal ayudándome a perseverar día a día en mi vocación. A sus pies comenzó todo y día a día Ella sigue haciendo todo esto posible y me ayuda a avanzar y perseverar cada día más y más.
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