6 de noviembre 2020

«Tenemos que servir al hombre de hoy desde una profunda experiencia de Dios»

El 12 de diciembre, Mons. Fernando Valera se convertirá en obispo de la Iglesia católica para pastorear la Diócesis de Zamora.

El pasado 30 de octubre, hace una semana, la Santa Sede hacía público su nombramiento como obispo de Zamora. En nuestra Diócesis lo comunicaba en directo a través de nuestra página web el obispo de Cartagena, durante la presentación de su carta pastoral, también con la presencia de un grupo de sacerdotes y seminaristas en el Palacio Episcopal. ¿Cómo ha transcurrido esta semana?

Pues muy llena de cosas, muy llena de felicitaciones, de responder a mensajes que me han enviado. Han sido días de ir preparando un poco el horizonte de la ordenación durante los que también he podido visitar la Diócesis de Zamora, una visita muy breve, pero muy intensa y bonita.

¿Cómo le han acogido en la que va a ser, a partir del 12 de diciembre, su nueva Iglesia diocesana?

Pues muy bien. He visto que había alegría y acogida, deseos de que esté allí y tener ya obispo, de que nos conozcamos y de que colaboremos juntos. Durante mi visita he podido conocer a integrantes de la curia, personas que trabajan en las distintas oficinas del obispado y al equipo responsable, junto con el administrador diocesano y el Colegio de Consultores, de esta etapa de sede vacante.

El 30 de octubre se hacía público su nombramiento, aunque usted ya lo sabía dos semanas atrás. ¿Cómo recibió la noticia? ¿Cómo fueron esos días en los que no pudo compartir algo tan grande por secreto pontificio?

Con esto de la pandemia, las noticias son hoy muy telemáticas. El señor nuncio me llamó por teléfono. Yo me atolondré, no sabía qué me estaba diciendo. Tuve que preguntarle si verdaderamente era el nuncio. Después de serenarme, escuché su propuesta y me pidió que le diese una respuesta lo más rápido posible. Así que hice mis consultas en conciencia y con humildad, con temor y temblor contesté al Santo Padre, a través de Nunciatura, mi respuesta.

Esos diecisiete días tuve mucho tiempo para rezar porque dormí muy poco. Comenzaba el día muy de madrugada. Pude ordenar, escribir cosas, trabajar mucho; intentando tener las oportunidades más pequeñas con la gente, porque te dan ganas de compartirlo. Todos los días en el Señor, en el misterio de su cruz, y diciendo: Señor, si tú lo quieres, esa será tu voluntad.

El día de su nombramiento dedicó palabras emocionadas a la Diócesis de Cartagena y también a la de Zamora.

Las cosas que se llevan en el corazón son la expresión de la vida. Creo que un sacerdote está llamado a hacer realidad lo que es el centro de nuestra vida espiritual, la caridad pastoral, el rostro de Cristo que ama, que son esos verbos de los que habla el Papa: de la cercanía, la proximidad. Debemos tener un corazón capaz de estar ahí y ponerlo a funcionar para acoger a los demás.

Para mí, es una alegría. No conozco Zamora, voy a aprender de ellos y voy como discípulo. Pero ya en el corazón estoy rezando muchos días por ellos, ya están presentes en mi corazón. Con deseos grandes de servirles y de amarles en el Señor.

El 12 de diciembre será un día importante, tendrá lugar en Zamora su consagración episcopal, su ordenación como obispo. Supongo que esta celebración estará sujeta a las directrices que se marquen entonces con respecto a la pandemia.

En mi visita a Zamora estuvimos hablando de la ordenación y barajamos distintas posibilidades, desde el aforo al 50 %, de un tercio, e incluso, en caso de que empeore, de forma privada con la presencia de 25 personas y retransmitida en directo. Las circunstancias son especiales y como Dios quiera vamos a hacerlo.

Me decía una cosa muy bonita el secretario de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello: «Fernando, estás en esta vigilia de Pentecostés, preparando la venida del Señor, y ahí nos unimos en oración y en acción de gracias». El Espíritu Santo quiere venir a mi vida para hacerme obispo de la Iglesia católica y esto es una alegría. Ahí es donde voy a estar preparando y preparándome, compartiendo con todos los diocesanos de Zamora y también con los de la Diócesis de Cartagena.

Cuando se va a consagrar un obispo elige un lema episcopal, como una directriz de cómo quiere o cómo pretende que sea este nuevo ministerio que comienza. ¿Qué lema ha escogido el obispo Valera?

He escogido un texto del evangelio de Juan: Permaneced en mi amor. Son palabras que dice Jesús a sus discípulos y que han ido resonando durante estos días en mi corazón. Es permanecer en el amor de Jesús, en él he nacido a la vida, a la fe, a Jesucristo; entonces, su amor es el centro, el lugar donde yo habito, como decía Benedicto XVI: «Habitamos en la bondad y el corazón de Dios». En ese “habitar en el amor” nos vamos forjando en Cristo. Así quiero que sea mi mirada y mi servicio a la Iglesia en este momento.

Un lema que marque su episcopado, Permaneced en mi amor, acompañado de un escudo. ¿Qué vemos en el escudo del obispo Fernando Valera Sánchez?

Vemos dos cosas que son importantes en mi vida: mis raíces y los centros de mi vida espiritual. Mis raíces son Bullas, entonces he querido que esté el escudo de este municipio. La Virgen del Rosario, hay una M de María con el rosario, que es nuestra patrona y, desde niños, nuestra devoción a la Santísima Virgen del Rosario es muy grande. Arriba tiene la cruz de Santiago, ya que, en la Diócesis de Cartagena, todo el Noroeste estamos vinculados con la Orden de Santiago. También tiene dos elementos muy característicos de mi espiritualidad sacerdotal: el Buen Pastor, que en su imagen está la caridad pastoral; y una custodia, pues, desde mi adolescencia, la celebración de la Eucaristía y la adoración eucarística han estado muy presentes en mi día a día. La intención es que este sea el marco de mi presentación como creyente, como sacerdote y como cristiano.

Tras hacerse público su nombramiento, ese mismo día tuvo palabras emocionadas hacia los seminaristas. ¿Qué le han transmitido?

Me han transmitido mucha alegría y, sobre todo, su emoción. También ese elemento contradictorio de, a la par, tristeza. Cada vez que pienso en el seminario, en los seminaristas, pues… me duele. Ha sido mi casa, ha sido el lugar donde yo he habitado, en su esperanza, en su fe, a veces en sus dudas, en sus luchas… Me he sentido implicado y eso es algo que está en mi corazón. Es algo muy entrañable porque, acompañar a jóvenes hoy, en la intimidad de sus conciencias y de sus corazones, es algo apasionante. Tengo un corazón muy agradecido y solo puedo dar gracias a Dios por estos años.

Si algo puedo decir es gracias. El Señor, creo que por ser director espiritual estos últimos diez años, me ha dado una mirada para saber ver lo positivo, lo amable, lo bello de las personas; de ayudar a crecer tanto bien, tanta buena semilla que el Señor siembra en los corazones de los seminaristas. Y también de ver una Iglesia tan viva, tan profunda como es la Iglesia de Cartagena, en tantas parroquias, tantos lugares, tantas tareas que me ha tocado vivir en estos 37 años de sacerdocio. Los llevo en el corazón, el corazón de un sacerdote diocesano está lleno de nombres, porque no solo da, sino que recibe mucho. Yo soy lo que ellos han hecho de mí.

Quiero darle las gracias, de nuevo, a don José Manuel. Le conocí cuando tenía 18 años en un campamento del Junior y mi primer recuerdo fue ayudarle a Misa, en la tienda del encuentro donde estaba el Santísimo. Siempre ha sido un sacerdote cercano, un obispo cercano. También darle las gracias a don Sebastián, con quien he compartido años intensos en el seminario, y también a don Francisco, que estos años está aquí compartiendo su ministerio episcopal con todos nosotros.

Los sacerdotes que le conocen destacan su gran espiritualidad y su cercanía, en todas las dimensiones, a la figura sacerdotal.

Yo creo que no es algo mío, es algo del Señor. Él me lo ha concedido por gracia y yo he intentado ponerlo en obra, es decir, estar disponible para quien me necesite. A veces es solo escuchar, acompañar, estar cercano para curar heridas. En este siglo XXI, los sacerdotes necesitamos estar cercanos entre nosotros, querernos, respetarnos, acompañarnos, hacer procesos de discernimiento. Y, luego, creo que lo he dicho muchas veces, en los años 70 Karl Rahner dijo que el cristiano del futuro o es místico o no será cristiano. Y ese cristiano del futuro somos nosotros. Hoy, el ser cristiano pasa por la profundidad, por la hondura, por entrar en el misterio de Dios, por ser hombres y mujeres de Dios, y no podemos obviarlo. Junto al servicio a los hombres y el servicio a los más pobres, nosotros tenemos que ser los hombres de Dios, y los sacerdotes y los obispos creo que lo tenemos que ser. Y desde ahí, pues, compartirlo, hacer tramos del camino y ser peregrinos en esta sociedad y en esta cultura. Tenemos que servir al hombre de hoy desde esa profunda experiencia de Dios. Creo que eso es un regalo que me ha hecho el Señor y que yo quiero compartir con los demás.

Escudo de Mons. Fernando Valera Sánchez

María de León Guerrero
Licenciada en Periodismo. Delegada Episcopal de Medios de Comunicación Social. Directora y presentadora de los programas de El Espejo e Iglesia Noticia de Cope Murcia. @marietadleon
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