Reflexiones semanales
3 de abril 2022

Un mensaje de misericordia

IV domingo de Cuaresma

Comenzamos esta semana con una pregunta de san Pablo, sencilla, pero importante: ¿Nos estamos lanzando hacia lo que está por delante? ¿Te has convertido de corazón a Dios? La cuestión no pasa desapercibida para ninguno, menos cuando tenemos constancia de cómo actúa Dios con nosotros, con una infinita misericordia. El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender hasta dónde es capaz de perdonar Dios. Nos detenemos en este bello momento para comprobar lo que valemos para Dios, lo que le importamos y hasta dónde está dispuesto Él a llegar. El Dios de la misericordia infinita ha hablado con una pedagogía fácil de entender, la que vivimos tan de cerca, con rostro humano. Pensad, por ejemplo, en la familia, cuando los padres corrigen o reprenden a sus hijos porque han hecho algo mal, pero nunca renuncian al amor que sienten por ellos. Esto mismo hace el Señor con nosotros, esta es la caricia del amor de Dios y lo vemos en Jesús, que nos dice que ha venido a buscar y a salvar al que estaba perdido (Lc 9,10). Esta imagen que identifica a Jesús –la del pastor que va en busca de la oveja perdida y que cuando la encuentra, lleno de alegría, la carga sobre sus hombros– es la que nos despierta a la esperanza. Nuestra atención se centra en la misericordia dinámica y efectiva de Dios, que no acusa y que siempre está dispuesto a perdonar. En este domingo, se nos enseña algo fundamental, dejar atrás lo antiguo y tener el coraje para emprender una vida nueva, la vida que se nos regala y que es fruto del amor misericordioso del Señor.

Es verdad que en el Evangelio se nos advierte sobre el cuidado que hay que tener acerca de las trampas y mentiras que usan algunos para seguir haciendo su «santa voluntad», siempre con intenciones viles, tal como se nos describe que hacían unos letrados y fariseos, los cuales se acercaron a Jesús para poder acusarle de que no cumplía lo que predicaba. Estos son los que se las daban de «buenos», pero no les importaba echar fardos pesados sobre las espaldas de los demás, haciendo trampas en todo, como unos hipócritas. Pero, estos no son el centro de nuestra atención.

El relato que nos cuenta el Evangelio del diálogo de Jesús con la pecadora, es el más interesante, porque es el diálogo de la misericordia. Si podéis, buscad un momento para entrar dentro de la escena, tal como nos recomendaba san Ignacio de Loyola, y seguid con los ojos este diálogo. Jesús es quien lleva la iniciativa, se ha puesto en pie, muestra interés por la persona, y le hace ver que ya nadie la acusa. El momento siguiente es precioso, es para guardarlo en lo más hondo del ser: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». El Señor le ha abierto las puertas de la salvación con una palabra esperanzadora. La mirada que Jesús deja sobre la mujer pecadora, y sobre cada uno de nosotros, es una mirada de compasión y de misericordia. Jesús no abruma, no condena, ni humilla; le pide la conversión, empezar de nuevo a descubrir un amor mayor. Es una mirada que rehabilita, que reconcilia. «Vete en paz» es como concluye estas situaciones de perdón, cosa que no nos extraña, porque este llamamiento a la paz lo encontramos a todo lo largo del Evangelio. Jesús desea que vivamos siempre en paz con Dios, con nuestros semejantes, con nosotros mismos.

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