

Que Dios tenga misericordia de nosotros
II domingo de PascuaEl papa Francisco cita un texto de la santa Madre Teresa de Calcuta, basándose en el testimonio de vida de esta mujer santa, que ha sabido entregarse a la causa de los necesitados gastándose y desgastándose en la caridad de la misericordia. La caridad está en la base de la santidad, porque nos lleva a abrir la vida a los demás, mientras que “si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los otros”. Esto es lo que nos dice san Pablo, que “si no tengo caridad no soy nada” (1Co 13,2). El primero que se vuelca contigo es Dios mismo, te conoce desde lo más hondo de tu ser; siempre has sido mirado con compasión y el Señor se ha adelantado en su iniciativa divina para acercarse a ti, incluso antes de que se lo pidieras cuando has tenido necesidad real. Y concluye el papa, “es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados, (…) que hemos sido mirados con compasión divina (…). Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad” (cf. Papa Francisco, Exhortación Apostólica, Gaudete et exsultate, 82).
En este domingo celebramos la fiesta de la victoria de Jesucristo, el regalo de la Pascua y el don de la paz que brota del corazón reconciliado con Dios y con los hermanos, a esto se le llama alegría, el gozo del perdón y de haber aprendido a perdonar. Ha sido Dios mismo el que nos ha hecho este regalo de la misericordia, “la más grande de las virtudes”, dice el papa Francisco, “ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias” (Evangelii gaudium, 37). “No hay acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí”. (cf. Ib., 112).
La Iglesia, que “escucha el clamor por la justicia” y quiere responder a él con todas sus fuerzas, nos convoca todos los días a que seamos lugar de misericordia gratuita para un mundo complicado y disperso, lleno de los nubarrones de nuestros pecados, que nos impiden ver con claridad la bondad de la verdad y del bien. El papa ha explicado expresamente la razón: debemos “llevar la salvación de Dios a este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino” para que “pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (cf. Ib., 114).
Las soluciones están al alcance de nuestras manos, desde los más sencillos a los más sabios, esto no es nada complicado, porque solo se necesita vivir el amor fraterno, el servicio humilde y generoso a la justicia, a la misericordia con el pobre… Si Dios no se cansa nunca de perdonar, ¿por qué no nos fiamos y nos acercamos a Él? ¡Nos hace tanto bien volver cuando nos hemos perdido! ¡Ojalá tengamos experiencia de haber sentido su misericordia!
Después de comprobar hasta dónde llega el corazón misericordioso de Dios, que le ofrece a Tomas vía libre para que confiese su fe y exclame: “Señor mío y Dios mío”, os invito a abrir las puertas de vuestro ser para que Dios tome posesión de vuestras casas y sentir que le podéis ver y tocar. La conclusión, en este tiempo de pandemia, de tener que estar en clausura: tened serenidad y poneos en las manos de Dios con confianza. Rezad para que el Señor tenga misericordia de nosotros.
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