Reflexiones semanales
21 de marzo 2021

Por la pasión, a la gloria de la resurrección

IV domingo de Cuaresma

A estas alturas del tiempo de Cuaresma, cuando quedan unos días para vivir la Semana Santa, es conveniente volver de nuevo a actualizar nuestros criterios para afianzarnos en la decisión de vivir en plenitud la madurez de la fe. Partimos del hecho de que Dios nos habló y nos mostró su intención de establecer una alianza nueva con su pueblo. En este domingo volvemos a comprobar que lo viejo ya ha pasado, que nosotros tenemos la dicha de alegrarnos de la nueva alianza, establecida y regada con la Sangre de Cristo; ya no está grabada en piedra, sino escrita en nuestro corazón. El Padre Dios nos ha regalado el don de la fe, cuyo cimiento es la persona de Cristo, el Señor. Cristo es el fundamento de nuestras esperanzas, la roca donde estamos construidos. En Jesucristo, Nuestro Señor, están cumplidas todas las promesas que Dios ha hecho a nuestros antiguos padres, Él es el Redentor universal.

En la segunda lectura, escucharemos un tema esencial, que parece que, queriendo o sin querer, vamos rechazando y Jesús nos lo vuelve a poner delante de nuestros ojos, para que no se nos olvide nunca: la obediencia al proyecto de Dios, el cual incluye la cruz y el sufrimiento. El texto de la Carta a los Hebreos dice expresamente que Jesús, a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer y se ha convertido, para todo el que cree, en autor de salvación eterna. La experiencia de Jesús nos cuesta a las personas de este tiempo, porque todo lo que nos rompa la comodidad lo rechazamos y cada vez nos vamos centrando en nuestro interés. La proximidad a la Semana Santa nos ayudará a seguir con la mirada lo que hace Jesús: aceptar la cruz, cargar con ella y subir al calvario. Todos vamos a ser testigos de su amor misericordioso pendiendo de una cruz y con el corazón traspasado.

Jesucristo es la única respuesta de esperanza y salvación que podemos dar a este mundo que se ha apoyado demasiado en lo efímero y que ahora está lamiéndose las heridas de sus fracasos, de las ideologías, del egoísmo y de nuestros pecados. La Palabra de Dios dice que lo viejo ha pasado, que se ha deshecho como el humo la “fuerza” de los que se han montado en el caballo del relativismo y, como Atila, han pretendido destrozar todos los valores cristianos y dejar indefensos a los creyentes, a merced de los manipuladores interesados de este mundo. Jesucristo nos abrirá nuevas posibilidades, nos abre a la vida, a la alegría y dará mayor sentido a la necesidad de la comunión, de la fraternidad universal, como nos pide el Papa Francisco.  ¡Qué necesidad tenemos de ponernos en camino, como Jesús, desde el reconocimiento de nuestra fragilidad al encuentro de verdad de Dios!

Jesucristo es el fundamento de nuestra fe, «lo he glorificado y volveré a glorificarlo», ha sido la voz del Padre pronunciada para nosotros, para que creamos en Él, para que le escuchemos y le sigamos. El texto evangélico destaca vivamente el signo que nos da Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, no puede dar fruto». La glorificación debe pasar por la cruz. Creer hoy en Jesucristo, muerto y resucitado, es una experiencia personal e intransferible, es un dejarse seducir y es un dejarse redimir. Abandonemos el mal, que nos lleva a la perdición y al extravío, y sigamos, cargados con nuestra cruz, a Jesús, que se ha empeñado en ofrecernos la salvación, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

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