Reflexiones semanales

Ascensión del Señor

2025-06-01

En la Ascensión de Jesús al cielo, la Iglesia nos invita a que celebremos llenos de gozo la glorificación de Jesucristo, que está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso. Es el final de la vida terrena de Jesús. En la Pascua, el Señor se ha separado de los suyos. La experiencia que los discípulos tuvieron de la proximidad inmediata y tangible de Jesús ya no será posible, ni siquiera la experiencia de las apariciones del Resucitado al que han visto y palpado y con el que se han podido sentar a la mesa para compartir con él el pan y el pescado.

Este momento es duro para los discípulos del Señor, porque van a tener la sensación de que se les ha arrebatado el Maestro y se les ha dejado en este valle hondo y oscuro de soledades y llanto. Pero, Jesús no los dejará solos, siempre estará cerca, así se lo ha asegurado muchas veces, especialmente cuando los llama, que les dice que no tengan miedo, porque él estará siempre cerca. Los discípulos comprenderán las palabras del Señor y lo anunciaran así, saben que Jesús es elevado al cielo. La nube lo ha ocultado a sus ojos, pero el Espíritu del Señor glorificado les va a dotar de unos nuevos ojos, los ojos de la fe, que les permiten confesarlo como Señor presente en sus vidas. Por eso los discípulos «se vuelven a Jerusalén llenos de gran alegría».

El nuevo conocimiento de Jesucristo que les ha proporcionado la experiencia del Resucitado les asegura que Jesús está sentado a la derecha del Padre, lleno de gracia y de verdad, que ha entrado a tomar parte de su hoy eterno que le permite estar presente de una forma nueva con los suyos, todos los días hasta la consumación del mundo.

En la Ascensión del Señor, algo de nosotros está ya en el cielo. Como todos los misterios de la vida del Señor, la Ascensión no solo nos revela quién es Dios, nos desvela también la profundidad y la altura de nuestra condición humana. En la glorificación de Jesús, la humanidad ha sido investida con la dignidad misma de Dios. Él, que siendo de condición divina no se avergonzó de llamarse nuestro hermano, abre con su glorificación el horizonte, hasta ahora insospechado, de «esa nueva esperanza a la que nos llama».

Él, que siendo rico por nosotros se hizo pobre, nos comunica los tesoros de «la riqueza de gloria que da en herencia a los santos». Desde la glorificación de Jesús, la vida de los que creemos en él está toda traspasada por la esperanza anhelante de su venida: «El mismo Jesús… volverá como le habéis visto marcharse». Por eso, la vida del hombre, a partir de la Ascensión, se convierte en una peregrinación hacia la patria a la que esperamos llegar con segura confianza. De todo esto somos testigos, porque Jesús se fue haciendo cargo de la situación en la que nos íbamos a quedar y nos ha ido preparando.

El tiempo de la Iglesia que inaugura la Ascensión no se reduce ni a nostalgia ni a espera inactiva. Estamos animados por el Espíritu, llamados y enviados a dar testimonio y razón de la esperanza con que hemos sido agraciados para preparar en nuestro mundo las condiciones del reino de nuestro Señor.

Excmo. y Rvdmo. Mons. José Manue Lorca Planes | Obispo Diócesis de Cartagena

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