Reflexiones semanales
27 de septiembre 2020

Piensa bien lo que dices

XXVI domingo del Tiempo Ordinario

Jesús acostumbraba a contar parábolas para decir cosas muy importantes, que llegaban hondo. No es extraño este modo de explicar las cosas. El otro día veía la publicación de una viñeta de Puebla donde aparecía un señor leyendo el periódico y diciendo en voz alta: «¡Qué harto estoy de la corrupción!». El camarero, que le oye, contesta: «Entonces, ¿te has cansado de las descargas ilegales, de cobrar en B y no darte de alta?». Es evidente que es un chiste, pero es la fotografía de nuestra sociedad, muchas veces vivimos de espaldas a la verdad, a la responsabilidad personal, vivimos de apariencias.

La Palabra de Dios en esta semana nos urge a la conversión auténtica, la del corazón, la verdadera. Todo, a propósito de la parábola de Jesús, acerca de la historia del hijo que le dice a su padre “no”, pero recapacita y obedece; y la del otro hijo que responde velozmente que “sí”, pero no cumple su palabra. Este segundo hijo ha escuchado con atención y respeto a su padre, pero no tiene intención de obedecer. «¿Qué juicio os merece esto?», preguntó Jesús a los presentes, implicándoles para que se pronunciasen. La respuesta es clara, ¿no? Pues, mira cual es el juicio de Dios: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7, 21-23). A propósito de esta parábola podemos recapacitar para darnos cuenta de la necesidad de la conversión del corazón, de la necesidad de ser verdaderos.

He aquí la importancia de pensar y repensar las cosas para obrar con rectitud de corazón, para decirle a Dios un “sí” en voz alta y verdadero. Hoy se nos da la oportunidad de nuevo para valorar la importancia de la conversión para creer –lo que vulgarmente se suele decir: limpiar la era–, para que Dios pueda habitar dentro de nosotros e inquiete en nuestro interior la tentación de dejar las cosas como están; es necesario salir de nosotros mismos y abrir el horizonte a Dios y a los hermanos, especialmente a los necesitados. El Papa Francisco nos decía en una homilía a los sacerdotes: «Siempre tenemos necesidad de una nueva conversión, de más contemplación y de un amor renovado. Nada une más con Dios que un acto de misericordia, ya sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados, ya sea de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su nombre».

El Evangelio nos pide coherencia entre la respuesta a Dios y nuestra vida, esta es la aventura más seria que debemos recorrer, pero se trata de una aventura posible, así que abramos los ojos, porque está a nuestro alcance. Jesucristo es ejemplo y modelo de obediencia libremente aceptada a la voluntad del Padre. La sumisión de Jesús al Padre, en antítesis con la desobediencia del primer Adán, continúa siendo la expresión de la unión más profunda entre el Padre y el Hijo, reflejo de la unidad trinitaria: «Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago» (Jn 14, 31). Decirle a Dios que “sí”, como la Virgen María, es comprometerse a seguir sus pasos: amar sin medida.

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