Reflexiones semanales
12 de junio 2022

Padre, Hijo y Espíritu Santo

Corpus Christi

Dios nos ha dado muchas señales de su presencia en medio de nosotros, ya podemos ver que, por pura misericordia, ha puesto en marcha una Historia de Salvación en la que los beneficiarios somos nosotros. Leed con atención las lecturas de la Eucaristía para conocer mejor cómo el Padre se revela en su Hijo Jesucristo y, por medio de Él, nos reconcilia consigo perdonándonos los pecados y haciéndonos hijos también (2Co 5), y cómo actúa el Espíritu Santo en la Iglesia. La belleza de la Historia de la Salvación se percibe en el amor que nos demuestra en cada instante Dios con toda la humanidad.

En el texto del Evangelio de este domingo Jesucristo nos promete el Espíritu Santo a todos los que creamos en Él (Jn 7,39; 20,22; Ac 2,33), con una tarea muy concreta pero intensa y rica en matices: se trata del Espíritu que nos guiará a la verdad plena; nos comunicará lo que pertenece al corazón de Dios; Cristo mismo envía el Espíritu para que permanezca en los discípulos y así den testimonio (Jn 14,16-17); el Espíritu glorificará a Jesús, que lo comunica para que no nos falte ni la fortaleza, ni el coraje a los evangelizadores.

Con el don del Espíritu se nos asegura una misión profética. La acción mesiánica y profética del Espíritu, desde el Antiguo Testamento, no es solo realidad presente, sino que es promesa escatológica y don universal. Se anuncia que quien tenga el Espíritu tiene asegurada la fidelidad (Ex 39,29) y que el don del Espíritu es universal, para todo hombre de cualquier raza y condición (Ac 2,23; Ef 1,2).

Haber elegido vivir en cristiano, con una decisión libre y firme, nos identifica con un estilo de vida muy definido: creer en Dios Padre, Hijo y Espíritu, y esta fe nos lleva a creer y defender al prójimo, como hermanos, a respetar su dignidad, sus vidas y a valorarlos como hijos de Dios. Aceptamos el sufrimiento que nos viene por amor de Dios, los sacrificios que hacemos pero que nadie conoce, el olvido de uno mismo para bien del hermano, la vida en silencio, pasar desapercibidos, practicar la caridad sin que sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda, cargar con la cruz cada día, trabajar honestamente y con responsabilidad sin pisar a los demás… Sabernos en las manos del Señor, frágiles y débiles, nos lleva todos los días a pedir perdón y a buscar el alimento en el Sacramento de la Eucaristía… Como la Santísima Virgen María, podemos acudir a Jesús intercediendo por las necesidades de los otros y oyendo lo que Él quiera decirnos por medio de la oración.

En este día de la Santísima Trinidad, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón, no pongáis por delante vuestros méritos, sed sencillos y abrid vuestras mentes, que Dios ha planteado para todos nosotros una bella Historia de Salvación y nos la ofrece gratis. ¡Ah! y no os olvidéis de pedir por los religiosos y religiosas de clausura, para que su santidad sirva para gloria de Dios y para salvación de nuestras almas.

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