

Los hizo hombre y mujer
XXVII domingo del Tiempo OrdinarioEn la Palabra de Dios se parte de una visión positiva, que envuelve de significado el relato de la creación del hombre y de la mujer, y esto se puede ver en el momento en el que el hombre reconoce en la mujer a una criatura igual a él, cosa que no había sucedido con el resto de las criaturas creadas por Dios. Todos sabemos lo que supone esto en una sociedad que es especialista en enredar las cosas, pero aquí está claro lo de la identidad de la naturaleza entre los dos y la diversidad de sus tareas. Comentando este texto, dice Tertuliano, que «son iguales el uno y el otro en la Iglesia de Dios, en el banquete de Dios, en las pruebas, en las persecuciones y en los consuelos. Ninguno tiene celos del otro, ninguno engaña al otro, ninguno es gravoso para el otro». Desde el mismo momento de la Creación, el Señor ha pensado en el hombre y en la mujer, y en su vocación para la felicidad, el uno para el otro. «Dios pudo –dice Tertuliano– haberle otorgado a Adán un sinfín de parejas, pero le dio solo a una. El matrimonio no es una carga si los dos llegan a ser igualmente uno en todas las cosas, perdiéndolo todo y compartiéndolo todo». En esta vocación se puede hablar de fidelidad y de complementariedad, que así lo ha querido Dios para que sean una pareja estable, con una limpia mirada a la eternidad, a la indisolubilidad. La intención del Padre Creador, la recuerda Jesús ante los ataques del grupo de fariseos, tal como leemos en el Evangelio de hoy, es que lo que Él ha unido que no lo separe el hombre.
La familia que nace de la unión indisoluble del hombre y de la mujer es el santuario de la vida, es una institución santa de Dios, para conservar a la humanidad hasta el fin de los días. Los esposos, con el sí que se han dicho el uno al otro, han decidido con toda libertad recorrer juntos el camino, se han puesto en marcha para desafiar juntos con la fuerza de su palabra de amor todos los problemas y adversidades que les puedan acaecer. Podríamos pensar por un momento que en la familia se gesta y nace el ser humano y por eso merece tanto respeto.
Queridas familias, el Señor es el garante de la indisolubilidad de vuestro matrimonio y lo protege de todo peligro, podéis tener la seguridad de que nada romperá este enorme y delicado regalo, que hay que cuidar con mimo. Guardad en vuestro interior los valores que os ha regalado el Señor y no renunciéis a ninguno, trabajad por ellos y defendedlos, que son vuestro tesoro. En el fondo del corazón podréis deciros con total confianza: debemos mantenernos unidos en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, puesto que esta es nuestra libre voluntad, nos pertenecemos recíprocamente hasta la muerte.
Vuestro modelo a imitar es siempre Jesucristo, que nos enseña que esta aventura del amor es posible, porque Él mismo ha entregado su vida hasta la muerte por amor a nosotros. Hoy nos tenemos que poner todos en oración para que el Señor os conceda la gracia de la fidelidad y podáis hacer el milagro de que nuestro mundo vuelva a sonreír. Vuestro amor verdadero es hoy lo más creíble.
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