Reflexiones semanales
2 de abril 2017

La Palabra de Dios, cumplida en Jesucristo

IV domingo de Cuaresma

Este quinto domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús como Señor de la Vida, capaz de devolverle la vida a un muerto con la autoridad de su sola Palabra. No es la primera vez que Jesús se manifiesta deslumbrándonos con su poder. En este caso alcanza límites insospechados para la sabiduría humana, porque en la misma narración de los hechos ya se ve el proceder in crescendo de Jesús: comienza por narrar la enfermedad, la muerte y la sepultura, el tiempo que lleva enterrado para que no quede duda de que está bien muerto, hasta la resurrección después de cuatro días muerto. Este poder sólo lo tiene Dios. La promesa que se desvela en las palabras del profeta Ezequiel ya está cumplida, su famosa visión de los huesos secos, se hace realidad con señales evidentes: “Cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor”. Dios ha actuado abriendo el sepulcro y devolviendo la vida.

En este domingo se transparenta la seguridad de la fe que nos hace testigos de la fuerza de Dios, que nos salva de las garras de la muerte e ilumina la mente para reconocer su rostro… Dios va dando señales, una tras otra, para que tengamos certezas. En las lecturas de estas semanas hemos sentido los dedos de Dios en nuestros ojos invitándonos a ver, como al ciego de nacimiento, hemos tenido la oportunidad de escuchar la voz de Jesús que nos apremiaba a salir de nuestros sepulcros de muerte, como a Lázaro. El amor de Nuestro Señor es verdadero, tierno y eficaz, tanto que se interesa por cada uno de nosotros con decidida entrega a la voluntad del Padre para rescatarnos de la muerte. La cercanía a nuestra vida no es sólo en un momento puntual, sino en toda la trayectoria de su vida, en sus palabras y en los signos para siempre. Definitivamente podemos concluir que todos los mensajes que nos vienen de Jesús responden al fruto de su amor misericordioso, el de un amor que cura, que ofrece esperanza y luz, el del amor que salva y da la vida.

Como en la parábola del hijo pródigo, se trata de un amor que sale a nuestro encuentro para abrazarnos y perdonarnos, para regalarnos de nuevo la condición de hijos y herederos de su Reino. Por eso, debemos de aprender de los testigos de la fe y hacer girar toda nuestra vida en torno al Altísimo, porque te sabes hijo de Dios y entiendes que todo lo creado está dentro de un orden, el de Dios. Si la voz del Altísimo llega a lo más hondo del corazón se produce un dinamismo interior que te seduce y te invita a seguirle, a dar razón de tu experiencia creyente.

Sería un buen ejercicio detenerse en casa o en la oración en el templo a leer despacio este texto y volver a escuchar la potente voz de Cristo llamando a Lázaro de la muerte a la vida, para abrir todos los poros de nuestro ser a la esperanza de una vida nueva e imperecedera que nos regala el Señor, si sabemos permanecer cerca de Él. Todo el misterio de redención es un misterio de compasión y de amor, lo vemos claro en esta narración cuando Jesús llora la muerte de su amigo Lázaro. El mismo nombre de Lázaro (Dios ayuda), ya te da pistas. Feliz domingo.

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