

La mirada de Jesucristo
III domingo de CuaresmaEstamos participando en la liturgia cuaresmal de una catequesis bautismal, porque la Palabra de Dios nos está acercando a Cristo, que es la Palabra, el agua que salta a la vida eterna y que es la Luz que nos ilumina en el sendero y nos saca de las tinieblas. Nos tenemos que detener este domingo en las lecturas y prestar atención a todos los detalles que nos ofrecen. En primer lugar, escucharemos cómo el Señor le dice a Samuel que sus criterios para discernir no son los más adecuados, puesto que se ha fijado en las apariencias y no en lo esencial de la persona, esto ya nos hace abrir bien los ojos. Con esta lección, el profeta Samuel aprendió a mirar con los ojos de Dios, para no fijarse sólo en lo externo, porque con los ojos de Dios nos sumergimos en el torrente de la divina misericordia que nos arrastra al corazón de Dios, allí aprendemos que Nuestro Señor nos conoce desde lo más hondo del ser. El amor misericordioso de Dios es la fuerza que impulsa al creyente a acercarse a la Luz, si estaba alejado o si andaba por el mundo de las tinieblas. Esto mismo se lo hace saber san Pablo a los efesios y les urge a entender que cuando uno vive lejos de Dios está en tinieblas, pero cuando tiene la valentía de encontrarse con Él cara a cara, entonces conoce y distingue perfectamente la bondad, la rectitud, la verdad y siente la necesidad de buscar lo que agrada al Señor. Cuando nos situamos ante Dios, Padre misericordioso, lo que predomina es el sentimiento de que, pese a todo, el perdón, la salvación y la reconciliación se ofrecen de nuevo, con insistencia, gratuitamente y ese es el más bello regalo.
El Evangelio nos ayuda a dar un paso más adelante. Primero vemos que el personaje que presenta el evangelista, el ciego de nacimiento, no pide nada a Jesús, sino que ha sido el Señor el que toma la iniciativa, el Evangelio dice que mientras caminaba, Jesús vio a un hombre que era ciego. Esta es la mirada de Dios que se acerca y le concede la gracia de la luz, además les quita a todos la sospecha que tenían de que si no veía era porque había pecado y les dice con fuerza que ni ha pecado él, ni sus padres, más bien que la condición humana es así de frágil y que cualquiera puede estar ciego. Pero hay un médico que cura nuestras enfermedades y nos da la luz y la paz del corazón. Ese médico es Jesús y toma la iniciativa Él, sale al encuentro. El mayor milagro es el que hace también Jesús, que puede sacarnos de todas las cegueras, que puede sacarnos de las tinieblas y regalarnos la luz de una fe adulta, madura.
Este domingo va a salir el Señor a tu encuentro y te preguntará directamente si quieres curarte de tus heridas, salir de tus cegueras y de tus pecados. Convendrás conmigo que hay que decir que sí. Bueno, pues ten en cuenta estas tres disposiciones: primero, reconocerte enfermo, no te empeñes en que no le necesitas, di la verdad; en segundo lugar, acepta que no lo puedes hacer solo, que necesitas a un Salvador que te saque de tus mentiras y desesperanzas; y en tercer lugar, ten la fortaleza de decir la verdad, de expresar tu verdadero deseo y decir que sí voluntariamente, que sólo entonces podrás oír la voz del Señor que te dirá: levántate y anda. El término de nuestra conversión no es a algo, sino Alguien.
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