La Cuaresma que Dios quiere
VIII domingo del Tiempo OrdinarioCuarenta días tenemos para actualizar nuestra pertenencia a Dios, para lograr que Jesucristo ocupe el centro de nuestra vida, para ajustar todos los niveles de fe, esperanza y caridad. La Cuaresma nos permite centrarnos en los misterios de la humanidad de Cristo y ocupará nuestra atención la pasión y muerte de Nuestro Señor. Oiremos hasta la saciedad la necesidad de convertirnos al Señor; “convertíos y creed en el Evangelio”, se nos dijo al imponernos la ceniza, como un signo de entrada en una nueva etapa de austeridad, reflexión y sacrificio. Una vez estrenada la Cuaresma hay que seguir caminando en línea y disponernos a tomar conciencia de lo que Dios nos ha dado y de lo que debemos ser de ahora en adelante.
Lo principal y propio de la Cuaresma es realizar un esfuerzo de conversión en cuanto miembros del pueblo de Dios, una conversión individual y comunitaria, como tarea diaria para poder celebrar la Pascua. Al comienzo de este tiempo ha tenido lugar un signo, hemos participado del rito de la ceniza, que nos ayuda a reconocer nuestra propia fragilidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Pero la espiritualidad cuaresmal nos lleva más allá, a volver a la alianza, a la palabra de fidelidad dada al Dios verdadero, a mantenernos en su Palabra y en sus promesas. Este esfuerzo lleva consigo una sincera decisión de arrancar todo aquello que nos perturba, que nos quita la paz, de eliminar de la vida todo lo que te aparta de Dios. Ya sabemos las consecuencias de una existencia sin Dios y a dónde conduce: sufrimientos, enemistades, violencias… Si Dios no está en medio de nosotros terminaríamos devorándonos, de aquí la urgencia de volver a la Alianza de Dios, a refrescar los dones que nos regala y a recuperar el optimismo propio de la vida cristiana.
En Cuaresma tenemos muchas oportunidades de entrar en el desierto para vernos tal como somos, con nuestros dones y valores, así como con nuestras debilidades y tentaciones. Lo recomendable es hacer como Jesús, retirarnos al desierto y buscar espacios de silencio en nuestra vida ordinaria para pensar en participar más intensamente en las oportunidades que nos dará el Señor durante la Cuaresma. Una de las oportunidades es la de participar en el sacramento de la Reconciliación, en la confesión de nuestros pecados, para prepararnos mejor, con el alma purificada, para vivir los misterios pascuales. Otra oportunidad nos viene cuando nos acercamos a la Palabra de Dios, conviene proponernos escucharla a nivel personal y en las celebraciones que las parroquias ofrecen en este tiempo. Por otra parte, todos los ejercicios de religiosidad popular son altamente convenientes, como se viene haciendo en las parroquias: el Vía Crucis de los viernes, las conferencias cuaresmales, vigilias de oración, etc.
Este no es un tiempo triste, es de renovación de los dones de salvación que Dios nos ha regalado en el Bautismo, para ello nos ayudarán los compromisos específicos que la Iglesia siempre nos ha recomendado para la Cuaresma, en este proceso de renovación interior: la oración, el ayuno y la limosna.
No olvidemos rezar unos por otros pidiendo la misericordia de Dios y la gracia de la conversión personal y comunitaria, que somos peregrinos y necesitamos siempre la ayuda de lo alto. Caminemos en esperanza y caridad de la mano de la Santísima Virgen María, Nuestra Madre.
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