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La bondad de Nuestro Señor
XXVI domingo del Tiempo OrdinarioEste domingo la Palabra de Dios nos invita a crecer en esperanza y a confiar en los designios del Señor, aunque las dificultades llamen con insistencia a nuestra puerta y atormenten a muchos. En el ejemplo que nos pone Jesús entendemos que todas las personas han sido invitadas por Dios a trabajar en su viña, aunque con misiones diferentes y en tiempos distintos. Esta es la historia más bella y apasionante a la que uno se puede entregar con plena seguridad, porque es Dios mismo el que la dirige y su voluntad es hacernos partícipes de ella saliendo a nuestro encuentro para colaborar en la salvación de todos.
En la parábola que nos enseña Jesús en el evangelio de este domingo aparece algo inquietante, algo que estropea nuestra colaboración y que pretende romper la misión que se nos ha encomendado, algo de lo que hay que defenderse, se refiere a la envidia, a los juicios y a la crítica. Todo eso nos hace daño y nos destruye. Prestemos mucha atención a cada detalle que se resalta en esta parábola, por ejemplo, al salario que se da a cada uno de los jornaleros. No se trata de unas monedas, sino que de lo que se está hablando es de la gracia de Dios, de la inmensa bondad y misericordia de Dios que nos sorprende siempre, porque es más grande que el fruto de nuestros méritos. En algunas de las oraciones de la Misa le pedimos al Señor, reconociendo que no es por fruto de nuestros méritos, sino conforme a su bondad, el gran regalo de su bondad. Los justos no deben sentir nunca envidia, sino alegrarse ante un Padre que nos perdona siempre y hace justicia siempre, porque Dios es así.
La infinita misericordia de Dios solo tiene un adversario: el envidioso, el que no intenta curarse, porque es también enemigo de sí mismo. Nuestra desgracia es la envidia, la mezquindad. No estar dispuestos a hacer fiesta cuando Dios hace fiesta a quien nosotros juzgamos que no se la merece, sin otra razón, sino porque es lo que yo pienso. Una persona que obra así, si hubiera estado presente bajo la cruz, habría considerado «inadmisible» la pretensión del buen ladrón de entrar en el reino de Cristo, solo porque pidió a Cristo estar con él en su reino. El envidioso se dedica a contabilizar los méritos, sus méritos, antes que los de los demás y no le importa «corregir» incluso hasta la bondad y la generosidad de Dios.
Pero el personaje central de la parábola es el Dueño de la viña, que, porque es bueno, nos llama a todos y a cada uno a hacer alianza con él, a formar parte de su familia trinitaria, a participar de su amor, filiación, misericordia, felicidad y eternidad. El Señor nos está diciendo: mira, no te lo doy porque te lo mereces, sino porque yo quiero, porque te quiero a ti. Déjame a mí ser rico en perdón y en regalar mis bienes y dones. Hoy, que la gratuidad tiene tan escasos seguidores, todavía nos cuesta más a la hora de entender la gratuidad de Dios, es decir, la gracia, que quiere decir gratis, porque no se merece, sino que se regala. Si Dios nos llama a todos y a cada uno, nuestras comunidades deben también contar con todos. Hay trabajo para todos.
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