Reflexiones semanales
12 de marzo 2023

Jesús, el Profeta

II domingo de Cuaresma

En la primera lectura de este domingo se retrata el corazón humano, sus angustias, la constante búsqueda de felicidad, sus soledades y tinieblas; en el fondo, la persona anda buscando apagar su sed: la falta del conocimiento de Dios. En el salmo se apunta un camino definitivo, una respuesta satisfactoria: tenemos el corazón cerrado a la verdad, demasiado endurecido por las enemistades, los amores descarriados, y andamos buscado el agua que calme nuestra sed. Hoy tendremos la suerte y la oportunidad de encontrarnos con Cristo, el verdadero protagonista de esta historia, como fue el caso de la samaritana. Jesús se sentó junto al pozo de Sicar y esperó. Pronto llegó la samaritana. Nos preguntamos ¿quién buscaba a quién? o ¿quién encontró a quién? Jesús fue capaz de cansarse, de sentarse fatigado y rendido a mediodía, de tener sed... y, al mismo tiempo, habló al corazón de la samaritana para anunciarle el don mesiánico del Espíritu, el fruto de su resurrección; el Señor le llegó muy hondo a esta mujer samaritana cuando le dijo que con el agua que él le daría no volvería a tener sed, que de ese momento en adelante no tendría que ir buscando fuentes de agua para calmar su sed de felicidad, porque esa felicidad que buscaba está en Jesucristo. Cristo no condena las aguas de la tierra, sino que ofrece el agua que salta hasta la vida eterna. La samaritana, que solo pensaba en el agua para el uso de la vida ordinaria, se sorprendió tanto que le pidió: «Señor, dame esa agua»; la razón era simple: «Así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Pero Jesús le exigió una sincera conversión antes de dar el agua del Evangelio.

Es evidente que era Jesús el que andaba buscando a esta mujer para ayudarle a encontrar a Dios. Fue Él el que comenzó el diálogo pidiéndole a ella agua y «creó» la fe en el corazón de la samaritana, era Él quien tenía sed de la fe de la samaritana, y por eso enciende en su corazón el fuego del amor divino, la fe como sed de Dios. De una sed material pasó a una sed mesiánica: el deseo de ver difundido el Espíritu en el corazón de los hombres. La catequesis que le da Jesús a esta mujer va más allá de sus rivalidades y de sus tradiciones, le hace descubrir que por encima de los montes sagrados lo que el Padre busca es adoradores en espíritu y en verdad. Dios no quiere apariencias, experiencias huecas y sin contenido de fe, busca el corazón de las personas, de los hombres y mujeres, entregados libremente y con adhesión total a Dios.

Después de escuchar este evangelio llegamos a la conclusión de que Dios es un buscador del hombre y de la mujer para ofrecerles la maravilla de la misericordia y la ternura, el perdón de los pecados, la oferta de una vida nueva. Dios desea que le deseemos, tiene sed de que estemos sedientos de Él, sale a nuestro encuentro. Captó la atención de la samaritana y ella vio cómo se abría un mundo nuevo, distinto a lo que conocía, más bello y auténtico: la verdad de Dios. A partir de ahora, esta mujer samaritana comienza a anunciar la «buena nueva» de la presencia del Mesías y la boca de una pecadora es ahora la que proclama al Mesías, comenzando su misión entre sus paisanos, ofreciéndoles su propio y doloroso testimonio: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Ojalá aprendamos de esta escena evangélica para fiarnos de Jesús y podamos ver la acción que el Espíritu Santo hará a través de nosotros.

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