Es eterna su misericordia
II domingo de PascuaEste domingo escucharemos en el Evangelio que «al atardecer del primer día de la semana» (Jn 20, 19) Jesús se apareció a los discípulos, que todavía andaban con el miedo en el cuerpo y se mantenían alejados de todo el mundo, casi escondidos; pero ya veremos en este tiempo de Pascua que la tónica general será poner de manifiesto los encuentros con el Resucitado. En el Evangelio se resalta que, en estas primeras apariciones, el Señor mostró a sus discípulos los signos de la crucifixión, con sus llagas bien visibles en su cuerpo glorioso. Evidentemente, esa era una forma explícita de catequesis para potenciarles la fe y que supieran que el Crucificado es el Resucitado y que está realmente presente en medio de la comunidad.
La primera palabra que oyen sus discípulos es muy significativa: «La paz con vosotros». Este saludo no les sonaría como el Shalom que se daban en la vida ordinaria, seguro que no, porque en esta ocasión está cargado de sentido, ahora se trata de la paz que solo Jesús puede dar, es la paz de la victoria radical sobre el pecado y la muerte, es la paz del que ha vencido el mal. La paz del Cordero que ha vencido en el sacrificio y que solo tiene la explicación del inmenso amor que Dios nos tiene. Esta paz que el Señor nos da en este día es el signo más grande de su misericordia.
La experiencia de haber participado en la liturgia de la resurrección de Nuestro Señor es la razón más grande de nuestra alegría. Este es un tiempo impactante, que nos dará fuerzas para estar alegres, para cantar aleluya muy alto. El aleluya es el grito de alabanza que han cantado los cristianos más de veinte siglos y traspasa los límites de todas las fronteras. ¡Jesucristo ha resucitado y ha vencido el pecado y la muerte! Alegría para todos, para los jóvenes y ancianos, para niños y adultos; alegría para los que rezan en la paz de las iglesias y para los que cantan la victoria del Señor por las calles; alegría para las familias numerosas, porque viven con generosidad la dimensión del amor; alegría para todos, porque nos hemos encontrado con el Señor Resucitado, la fuente de nuestro gozo.
El Domingo de la Divina Misericordia nos anima a mantener la confianza en Dios, porque nos da los resortes para crecer en la fe, que el que conoce al Señor no se detiene, sigue ahondando en el misterio de su amor. También nos da la posibilidad de crecer en esperanza, sin desánimo, a pesar de todos los mensajes ideológicos y nihilistas, que muchas veces son motivo de persecución. Nosotros no debemos caer en la trampa de entrar en luchas o considerar enemigo a nadie, porque tenemos claro que Dios nos invita a ser constructores de la paz, a respetar a todos, aunque no piensen como nosotros. Jesús nos ofrece su paz gratis, nos quiere como a hijos, porque creemos en su divina misericordia, sale a nuestro encuentro, nos ama y nos perdona.
El Papa Juan Pablo II decía: «La Iglesia mira ahora a Cristo Resucitado. (…) En el rostro de Cristo, ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. (…) La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo en el mundo» (NMI, 28). La Iglesia somos nosotros, todos nosotros y esta es la hora de anunciar a Cristo con alegría. Amigos, animaos y no tengáis miedo, que Jesús va delante. Lo malo del miedo es que paraliza y el que tiene miedo ya está derrotado antes de comenzar a caminar. Si tienes miedo, estás perdiendo la ocasión de vivir: Salid de vuestros miedos y cobardías en las que podéis estar encerrados, como les pasó a los primeros discípulos y atreveos a conocer mejor al Señor, a seguirle, a vivir, a crecer, a amar de verdad.
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