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El Señor es nuestra seguridad
XXVI domingo del Tiempo OrdinarioLa Palabra de cada domingo nos va entonando para aceptar el estilo de vida que nos lleva a la santidad, a reconocer el camino de Jesús, que es claro y abierto a la esperanza, pero es serio y exigente. Es importante dedicar el tiempo necesario a escuchar en el corazón la voz de Dios. La parábola de este domingo nos invita a distinguir entre el verdadero tesoro, que es la voluntad de Dios, escuchar la voz de Nuestro Señor Jesucristo que nos invita a la solidaridad con los que tienen menos que nosotros, y a no perseguir las banalidades, ni empeñarse en acumular bienes que se corrompan o la herrumbre los destruya. Si hacemos esto no hemos entendido nada, porque nos hemos quedado en los medios y hemos olvidado lo esencial: la vida eterna, el amor de Dios y su misericordia.
En la primera lectura, el profeta Amós pone en evidencia la necedad de los que no hacen buen uso de sus bienes, sus palabras son muy duras cuando los describe sin piedad: comen, beben, cantan al son del arpa, se ungen con buenos perfumes y se acuestan en camas lujosas. Este estilo de vida no les permite ver qué pasa a su alrededor, andan como ciegos, solo ven hasta la distancia de su ombligo, los incapacita para ver la necesidad de muchos. Y el profeta concluye su reflexión, diciendo: «Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos».
Pero Dios va abriendo puertas, no se dedica al castigo, sino a la misericordia, aunque nos hable claro y desde la verdad. El salmo 145 es una oportunidad para comprender que no somos seres para la perdición o para la muerte, sino para la vida: «Él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos». Esto mismo lo podemos ver en el ejemplo que pone Jesús en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Es curioso que el Evangelio no diga cómo se llamaba el rico, no tiene nombre, solo tenía riquezas, pero acabó mal; mientras trata con mucho cariño la figura del que estaba a su puerta pasando hambre y cómo, tratándolo con gran respeto, le llama por su nombre, Lázaro.
El Evangelio nunca ha hecho acepción de personas, no descarta a nadie porque sea rico, eso sí, comenta que el peligro está cuando uno confía más en sus posibilidades, cuando se pone la seguridad en el dinero y se va alejando de Dios; vamos, cuando uno llega a pensar que no necesita ni a Dios ni a los demás. A estos se les llama necios, por poner su confianza en lo que se lleva el viento.
Aprovechemos este domingo para acercarnos al Señor con serenidad y con deseos de aceptar una verdadera conversión personal, porque sin Él no somos nada y cuando vayamos a su presencia deberíamos llevar un montón de nombres entre nuestras manos, los nombres de todos los que hemos ayudado con la solidaridad y el amor que nos ha enseñado Jesús.
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