Reflexiones semanales
28 de mayo 2023

El Espíritu es el mejor don del Resucitado

Santísima Trinidad

Dios habla todas las lenguas. El efecto que produce la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, deja perplejos a los oyentes: todos, sea cual sea su lengua, pueden oír la proclamación de «las maravillas de Dios». El Espíritu hace posible que el Evangelio sea comunicado a todo el mundo y que cada uno lo reciba en su lengua, desde su realidad. El Evangelio se encarna, toma carne humana concreta y lo reciben todos los hombres y mujeres, dondequiera que vivan, sea cual sea su lengua y su cultura, así se ha hecho posible la proclamación de las maravillas de Dios gracias al Espíritu.

Debemos ayudar a entender cómo el Espíritu es el mejor don del Resucitado, fruto granado de su Pascua. El Espíritu que en el inicio del mundo llenó de vida, aleteando sobre ellas, las aguas primordiales; el que actuó en el seno de la Virgen María e hizo que su Hijo fuera el Mesías e Hijo de Dios; el que resucitó a Cristo de entre los muertos; el que llenó de vida y cambió radicalmente a la primera comunidad apostólica en Pentecostés (de cobarde y encerrada, a misionera y valiente). Es el mismo que hoy quiere llevar a plenitud en cada uno de nosotros y en toda la Iglesia, incluso en toda la humanidad y el cosmos, la obra salvadora de Cristo, la Pascua como proceso de renovación y vida: haciéndonos madurar en la verdad, en el amor, en la energía de la vida cristiana.

El Espíritu hace posible que las diferentes lenguas y culturas puedan dialogar. A la luz de nuestra fe en Cristo muerto y resucitado que, con el Padre, nos envía su Espíritu, no nos podemos quedar cerrados en nosotros mismos, Dios mismo nos ha puesto en camino para dar a conocer su rostro de misericordia, de perdón y para vivir la comunión. Se nos llama a no quedarnos cerrados, somos una familia, se nos llama a anunciar la grandeza de Dios y su cercanía.

Es el Espíritu el que nos hace miembros de un solo cuerpo. Crea la comunión entre los que son distintos. El mismo apóstol san Pablo nos dice cómo el Espíritu es incluso creador de diversidad: «Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu». Los bautizados formamos un solo cuerpo: «Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros... así es también Cristo». Esta es la fe que confesamos. Pero nos podemos preguntar si nuestras actitudes y prácticas responden a ello. Es evidente que en la Iglesia hay comunión, pero también lo es que no hay la que Jesús pedía al Padre: «Que todos sean uno», por eso debemos revisar nuestra entrega al proyecto de Nuestro Señor. En Pentecostés se nos llama a abrirnos más a la acción del Espíritu, en sinodalidad, para la misión y en corresponsabilidad. En esta solemnidad tenemos que revisar, bajo su luz, nuestras actitudes en medio de la comunidad concreta, dónde y cómo vivimos la fe.

La fiesta de este domingo nos hace caer en la cuenta de que el Espíritu nos es dado a «todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres». La unción del Espíritu nos hace ser como Él, nos hace partícipes de su misión. Se nos envía para anunciar el Evangelio a los pobres y necesitados, a dejarmos llevar por el Espíritu que nos envía. Ojalá que este Pentecostés sea un nuevo envío. Que el Espíritu que hoy nos ha reunido en esta celebración nos alimente con su Palabra y la Eucaristía, de manera que nos fortalezca para ser sus testigos en medio de los hijos de Dios dispersos.

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