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Dios nos invita a una fiesta
XXIX domingo del Tiempo OrdinarioEl profeta Isaías nos describe en la primera lectura el banquete que Dios preparará en los tiempos mesiánicos a todos los pueblos. Las imágenes que van apareciendo giran en torno a ese momento de comida, alegría, vinos, victoria de la vida y bastante lejos queda el dolor y la tristeza, porque el lugar preferente lo ocupa la celebración gozosa de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Lo que estaría fuera de lugar sería insistir en el «no» del hombre y ocultar el «sí» de Dios. El texto de la parábola sobre el banquete de Dios es, sobre todo, un canto a la voluntad amorosa y comunicadora de vida de Dios. Dios ha recurrido a la imagen del banquete, porque simboliza la comunión total y festiva con la vida de Dios, superando todo dolor y celebrando la victoria sobre la muerte, esto era algo muy vivo entre los primeros cristianos. Y aquí el que invita es Dios y se habla de solidaridad y alianza, de alegría y felicidad. Lo que nos presentan las lecturas de esta semana es el gran convite que el Padre quiere para nosotros, el banquete de la Eucaristía, que es el más bello signo de comunión entre los comensales y con el que nos invita.
Si repasamos todas las lecturas de estos últimos cuatro domingos iremos comprobando cómo es de hermoso el proyecto de vida que Dios nos ha preparado, un plan de felicidad, porque Dios quiere la vida y la alegría para sus hijos. En este domingo nos llama a participar en un camino hacia la gran fiesta eterna, que es un gran regalo de amor, gratuito, pero que necesita una respuesta positiva por nuestra parte para entrar en la gran fiesta, en el festín eterno que ya ahora se inicia para todos aquellos que valoran el amar, el darse, el servir, el compartir. Todo lo que simboliza y expresa la Eucaristía, como oyentes de la Palabra, deberíamos ponerlo en práctica con sencillez, verdad y humildad.
Dios nos sigue enviando continuamente mensajeros nuevos para invitarnos a participar de su mesa, por eso es importante estar atentos y no hacernos los sordos, ni poner excusas para no ir. Piensa que Dios no dejará de salir al encuentro de todos siempre y seguirá invitando sin descanso. No te extrañe que los que veas a la mesa de Jesús no sean aquellos a los que llamó primero, los que ya tenían su nombre en el sitio, porque nadie tiene la exclusiva ni el privilegio... El Señor ha abierto la puerta a todo el que se ha ido encontrando, sin hacer distinción, sin el «vestido de fiesta», porque lo único que hace falta es la disposición de aceptar la novedad que Dios ofrece: la fe, la renovación de mentalidad, la conversión al plan de Dios.
A la fiesta de Dios no se va triste, no es una fiesta para amargados, para los que van por la vida con cara de pocos amigos, es la fiesta de los hijos, de los de corazón grande, que son capaces de contagiar la alegría a todos. Es la fiesta de los que harán propaganda del amor de Dios y de la alegría de la fe. Imagínate que, si vas con cara de tristeza, nadie podrá creer que eres un mensajero de Dios, un enviado del que nos ha preparado un gran banquete, una inmensa fiesta para siempre, nadie te creería, a nadie moverías a seguirte. Lo que vale es lo que expresa tu cara alegre, las palabras se las lleva el viento.
Volver a reflexionesId e invitad a todos al banquete
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