Reflexiones semanales
2 de diciembre 2018

Dios lo hace todo nuevo

Adviento

Con el Adviento comenzamos otra etapa nueva en la experiencia de vida cristiana, un tiempo nuevo al alcance de nuestras manos; entendemos que se trata de construir una nueva humanidad, con valores nuevos y llenos del Espíritu Santo. Es Dios mismo el que lleva la iniciativa de nuestra salvación, el que abre las infinitas posibilidades para vivir en la esperanza de la fe, del encuentro con la persona de Jesús.

La primera novedad que nos encontramos en esta nueva etapa es que durante el año leeremos el Evangelio de San Lucas. El lenguaje que utiliza el evangelista para hacernos caer en la cuenta de la importancia de la venida de Cristo parece extraño, porque nos habla de catástrofes y de signos extraordinarios de la naturaleza, lo que se llama un “discurso apocalíptico”, pero que nadie piense que se trata de meter miedo porque el mundo se ha vuelto loco. Estas cosas que anuncia han sucedido siempre y seguirán igual, en lo que se hace hincapié es en el tema de la confianza en Dios, en que debemos estar alerta en todo momento, a la espera de Jesús. La liturgia nos invita a levantar la cabeza y abrir el corazón a la esperanza porque el Señor viene y es nuestra liberación, por eso hay que estar atentos y desear con todas las fuerzas la libertad que nos trae el Señor.

Un tema que aparecerá muchas veces en este tiempo de Adviento es el de la llamada a la vigilancia, a estar atentos y con la mente despejada para no alejarnos de Dios. Es urgente estar preparados y confiar en Dios. En pocas palabras se pueden definir las cuatro semanas que acabamos de comenzar: “El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza en el que se invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor” (Papa Benedicto XVI).

Después de tantos años vividos conviene hacer un examen de conciencia para saber cómo es el nivel de esperanza en nuestra vida. Lo cierto es que algo debemos hacer, porque observamos que nuestros valores no son los de Dios, que las ideologías de este mundo le cierran la puerta; nuestra convivencia deja mucho que desear, el mal se pasea por nuestras calles con toda impunidad; existen miedos, egoísmos, enfrentamientos, desesperanza, soledades, abandonos… Si este modelo de sociedad con sus divisiones no ha salido de las manos de Dios, ¿quién tiene la responsabilidad de estas tinieblas que aún nos envuelven? Desde luego, que no la tiene Dios, la tenemos nosotros. Los cristianos debemos caer en la cuenta de que necesitamos urgentemente fortalecer nuestra fe, tal como nos dice la Palabra de Dios; fortalecer la confianza en la fuerza que nos da el Señor para darle la cara a nuestros límites y salir al encuentro de Cristo que viene. ¡Fuera los complejos y la pobreza de ánimo! ¡Levantad la cabeza y caminad con fuerza hacia Cristo, Liberador, Señor y Salvador! ¡Romped la capa opresora de vuestros males y sed libres y valientes para decirle al mundo que sois de Cristo! ¡Fuera las tristezas y las cobardías, que un hijo de Dios es la persona más feliz del mundo, porque cree en el Señor de la paz, en el que todo lo hace nuevo!

Que Dios os bendiga.

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