Reflexiones semanales
14 de junio 2020

Corpus Christi, solemne caridad

XI domingo del Tiempo Ordinario

La primera lectura de este solemne día nos pone en contexto de realidad, como si la experiencia del pueblo de Israel en el desierto se estuviera repitiendo en estos meses que hemos vivido de pandemia. El pueblo de Israel pasó por una situación terrible en el desierto, en un entorno inhóspito, rodeado de miedo y muerte por las dificultades que se planteaban, que le hizo reconocer su debilidad e impotencia. De aquella experiencia sacaron una importante lección, que sus fuerzas solas no eran capaces de abrir esperanzas y, derrotados, acudieron a Dios. Y Dios salvó a Israel, un Dios que escuchó los gritos de su pueblo, se interesó por atender sus ruegos y le habló al corazón. La Palabra de Dios les abrió las puertas de la esperanza y les dio de comer. La Palabra y el maná fue la respuesta de Dios que les siguió abriendo los caminos para la salvación.

La situación del antiguo pueblo de Dios se va repitiendo en la historia, cargada de tantas muestras de fidelidades e infidelidades a Dios. Cuando las cosas le van bien, la tentación de alejarse de Dios viene con rapidez, porque el engaño de pensar que no se necesita a Dios se hace presente; uno piensa que lo puede arreglar todo, que eres el centro del mundo y vuelves a comprobar que no eres nada y que tienes necesidad de volver, con humillación, el rostro a Dios, para pedirle el pan y el agua necesarios para la vida. El apóstol Pablo invita a la comunidad de Corinto a mirar a Dios y le propone la experiencia eucarística, vivir en comunión y participar del Cuerpo de Cristo, que es el único Pan de vida que nos fortalece y nos hace participar de la comunión, “incluso siendo muchos, somos un cuerpo solo”.

El que participa del Cuerpo de Cristo ya no es víctima de la presión de la muerte, porque tiene la seguridad de que quien es la Vida es Cristo, que Cristo es el alimento que salta a la vida eterna. Con Cristo desaparece el miedo, el temor a los peligros del desierto y la angustia de las noches oscuras. Jesús prepara a los fieles, por medio de la fe, para fiarse absolutamente de Dios, para la confianza, porque su “carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55). Ahora conviene recordar las palabras del papa Benedicto XVI: “La Eucaristía es «misterio de la fe» por excelencia: «es el compendio y la suma de nuestra fe». La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial”.

Cuando participamos en la Eucaristía nos unimos a Cristo de una manera especial, estamos en comunión, en un solo cuerpo, pero, a la vez, estamos unidos a todos los hermanos que nos rodean y somos, más que nunca, asamblea, pueblo de Dios. El don del amor de Dios nos vincula más a todos, nos exige estar más cercanos, especialmente de los necesitados. Este misterio de comunión, que surge de la Eucaristía, nos une a Cristo y a todos los “cristos” que siguen clavados en la cruz de sus miserias, sufrimientos, carencias y necesidades. En el rostro de los pobres, transeúntes, los sin techo, sin tierra y sin trabajo está impreso el rostro de Cristo, este es el más hermoso misterio de comunión. Cuando ayudas a un pobre lo estás haciendo con Cristo pobre, con Cristo que te tiende la mano, que no puede pagar el alquiler o que está en la cárcel. Cristo te hace presente al “cristo” que está en la calle.

Hoy es el día de la Caridad, el día de Cáritas.

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