Reflexiones semanales
12 de enero 2020

Abrid los oídos para Dios

Bautismo de Jesús

A partir del Bautismo, Jesús comienza su vida pública, el anuncio del Reino por todo Israel. En este acontecimiento se ve con toda claridad la iniciativa Trinitaria en la Historia de la Salvación, porque aparecen las señales visibles del protagonismo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo de una forma sensible a través de los signos. El Padre da a conocer a todos que las Escrituras se han cumplido, así nos lo destaca san Mateo: Jesús de Nazaret es el Ungido, es Mesías, el Cristo que actuará con la fuerza del Espíritu, el que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos”. No paséis por alto este detalle importante del Bautismo de Jesús, porque en él recibe Nuestro Señor la unción del Espíritu y es constituido como profeta para anunciar la Palabra de Dios.

“De muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por medio de los profetas”, así comienza la Carta a los Hebreos (Heb 1,1). Nunca ha dejado de hablar Dios a los hombres en toda la Historia de la Salvación, siempre se ha comunicado de una manera directa por medio de la palabra y las señales de su presencia se han percibido con facilidad cuando ha habido sintonía. La Palabra ha sido un vehículo habitual de Dios para acercarse a los hombres, como podemos ver en estas citas de los salmos: “El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. Desde Sion, la hermosa, Dios resplandece: viene nuestro Dios, y no callará” (Salmo, 49); “Moisés y Aarón con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre, invocaban al Señor, y él respondía. Dios les hablaba desde la columna de nube; oyeron sus mandatos y la ley que les dio” (Salmo 98). Pero en esta etapa de la historia Dios “nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos” (Heb 1,2).

Los cristianos hemos recibido también el don del Espíritu Santo y se nos llama a obrar en nosotros las obras de Cristo. Incluso Jesús dijo que haríamos obras mayores que las que Él mismo había hecho (cf. Jn 14,12). Por el Bautismo se nos ha dado la condición de profetas para anunciar el Evangelio, que busca directamente el renacimiento de la persona a la vida de hijos de Dios, también la iluminación de la mente y la conversión del corazón, el cambio de vida, el arrepentimiento de los pecados y el nacimiento a una nueva vida, arraigada en el seguimiento de Cristo y alimentada por el Espíritu Santo. Estamos llamados a rehacer todo desde el amor de Dios arraigado en nuestros corazones. No te preocupes de las demás cosas, que vendrán por añadidura. Nuestros planes y proyectos no valen de nada si no arde en nuestros corazones el fuego del amor de Dios, si no vivimos del todo poseídos por el amor y el Espíritu de Jesús.

Nuestro bautismo, como el de Jesús, nos interpela a ser testigos de la misericordia de Dios. Jesús encomendó a sus discípulos la continuidad de su misión, el mantenimiento y la expansión de este anuncio de salvación: “Yo los he enviado al mundo como Tú me enviaste a mí” (Jn 17, 18; Jn 20, 21; Mt 28, 18-20; Mc 16, 15; Lc 24, 47-48). Por la expresa voluntad de Jesús, los cristianos, sus discípulos, -como leemos en el Nuevo Testamento- somos luz y levadura, la huella y el signo de su presencia.

Feliz domingo.

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