«Me di cuenta de qué llenaba mi corazón, hay más alegría en dar que en recibir»
Felipe Ferreres González será ordenado sacerdote este sábado a las 11:00 horas, en la Catedral de Murcia.
Felipe, de 38 años, nació en Murcia; aunque la mayor parte de su familia es de Cieza. Desde niño, creció en un entorno creyente y practicante. Recuerda ir con sus padres y su hermana todos los domingos a Misa; hizo la Primera Comunión y se preparó en la Parroquia San Lorenzo de Murcia para el sacramento de la Confirmación, que recibió en el año 2000. Fue entonces cuando su párroco le propuso ir a la Jornada Mundial de la Juventud que tendría lugar ese verano en Roma. «Era la primera vez que iba a un encuentro de este tipo; disfruté muchísimo», cuenta Felipe.
En ese viaje hizo buenos amigos, que conservó cuando empezó a estudiar la carrera de Derecho. Varios eran seminaristas y, de vez en cuando, lo invitaban al seminario para que los acompañara en alguna de las celebraciones. En 2003, acudió a la admisión a las Sagradas Órdenes de uno de ellos. «Cuando estuve allí surgió esa voz interior: “Felipe, ¿por qué no ser tú sacerdote?”».
Se lo comentó a un jesuita que era su confesor habitual; aunque, como él lo remitió a un sacerdote que no conocía, Felipe decidió acudir a su párroco. A los meses, llegó incluso a entrevistarse con el rector del Seminario San Fulgencio. «Pero había voces a mi alrededor que me decían que debía terminar la carrera de Derecho; o que todo podía ser invención mía». Por eso Felipe decidió seguir estudiando y, finalmente, optó por prepararse una oposición. «Estuve seis años preparándola, y en aquellas diez horas de estudio diarias, la llama de la vocación siempre estuvo ahí; para mí fue un tiempo clave para descubrir el amor de Dios».
Se instaló en Cieza con su abuela para estudiar; y desde allí acudía a las reuniones de jóvenes del Centro Loyola de Murcia, donde había empezado a involucrarse ya en su etapa universitaria. En 2011, llegó la fecha del examen de oposición. Aunque superó el primer ejercicio, quedó a décimas de aprobar el segundo. La siguiente convocatoria vino dos años después, esta vez con 40 plazas en lugar de 400. No logró aprobar la primera parte. Con todo, decidió continuar opositando, aunque ocurrió algo inesperado. En la misma semana, su hermana anunció que se marchaba a vivir a Inglaterra; un amigo de adolescencia dio la noticia de que se iba a casar, y otro compañero se marchó una temporada como médico a Bolivia. «Esa semana fue para mí un shock bestial; yo estaba enredado con los libros y me dije: “Estoy aquí seis años, encerrado, con esta llama que tengo aquí dentro, ¡y no sé qué hacer!”». Desconcertado, se tomó unos días para ir a un campo de trabajo en Loyola (Guipúzcoa) con la intención de desconectar y retomarlo todo a su regreso. Sin embargo, allí, durante las oraciones, decidió dejar la oposición. Valoró entrar en el seminario, pero no inmediatamente. «No quería que fuera una válvula de escape por el fracaso de la oposición; y, después de estar seis años encerrado, veía necesario enfrentarme al mundo».
Apoyado en la Misa diaria, comenzó a trabajar en un despacho de abogados, mientras seguía involucrándose en el Centro Loyola y también en Proyecto Hombre. «Tuve tiempo para salir mucho de fiesta y de viaje, y pasármelo bien; pero con el paso del tiempo me iba dando cuenta de lo que llenaba mi corazón». Para discernir qué hacer, el sacerdote que lo acompañaba le recomendó ir guardando las experiencias que fuera viviendo, para ver qué le sugerían. Y las experiencias llegaron: ayudar en el despacho de abogados en el caso de unos clientes narcotraficantes, mientras él era voluntario en Proyecto Hombre; ser catequista de Confirmación; voluntariados con congregaciones religiosas; las altas terapéuticas de quienes, en Proyecto Hombre, lograban reincorporarse a su vida normal… «Uno puede creer que la capilla va por un lado y el mundo por otro, pero te encuentras con que Dios se encarna en el aquí y el ahora, en todas las circunstancias del día a día; al final buscas a Dios en todas las cosas y te das cuenta de que hay más alegría en dar que en recibir». Y todos esos encuentros e instantes vividos le ayudaron a, finalmente, entrar convencido en el preseminario.
«Han sido años preciosos», recuerda, con especial cariño las actividades de pastoral realizadas como seminarista con las Misioneras de la Caridad, con reclusos, con personas con discapacidad… y con el Seminario Menor San José, donde ha servido como formador también en sus meses de diaconado. Una llamada que se forjó durante casi 15 años y que, finalmente, le ha conducido a su ordenación sacerdotal, que tendrá lugar este sábado en la Catedral de Murcia, a las 11:00 horas. «Estoy con ganas de servir al Pueblo de Dios allí donde se me mande, con jóvenes, con niños, con mayores; para reír cuando haya que reír, consolar cuando haya que consolar y, sobre todo, poder llevar a los demás el amor de Dios y ser testigo de las cosas que el Señor sigue haciendo en su historia de salvación».
Carmen GarcíaGraduada en Periodismo. Redactora. Volver a noticias
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