3 de junio 2022

«Me dejé en sus manos, entré en el convento y jamás he sido tan feliz»

Ester Flor de Lis profesó el domingo sus votos temporales en la fraternidad de Hermanas Pobres de Santa Clara, en el monasterio de Algezares.

Las Hermanas Pobres de Santa Clara de Algezares (Murcia) volvieron a vivir un momento especial el pasado sábado, con la profesión temporal de Ester Flor de Lis González. Durante la Eucaristía, se realizó el rito con el que la novicia proclamó querer «vivir como las hermanas pobres en esta fraternidad». Tras la lectura y firma de la fórmula de la profesión, cambió su velo blanco por uno de color negro y se le hizo entrega de la corona franciscana, la cruz y la regla. A continuación, recibió, de cada una de las hermanas que conforman esta comunidad, el abrazo de acogida como signo de fraternidad.

Ester Flor de Lis tomó el hábito en mayo de 2020 e inició su noviciado, tras dos años como postulante. Después de este tiempo, pidió a la fraternidad dar este nuevo paso. El día de su profesión temporal estuvo acompañada por su familia y amigos. «Fue muy bonito, estaba muy contenta y convencida de lo que estaba haciendo», recuerda Ester, agradecida a su fraternidad por las muchas sorpresas y el ambiente de fiesta vivido entorno a este día. Antes de finalizar la celebración, compartió con los presentes su testimonio vocacional:

Mi nombre es Ester Flor de Lis y soy novicia de las Hermanas Pobres de Santa Clara del convento de Santa Verónica de Algezares. Antes de entrar en el convento ya conocía a las Hermanas Pobres, desde hacía cinco años, por una amiga que venía a los encuentros que hacen, tres veces al año, para chicas jóvenes. Cada vez que podía venía a los retiros y encuentros que organizaban las hermanas, pero no porque pensara ser monja, ya que yo por aquel entonces quería formar una familia, tener hijos, viajar…, sino porque me ayudaba a encontrarme con Dios y aquí me sentía como en casa, lo cual era algo que, en otros conventos donde también había hecho retiros, no me había ocurrido nunca. Pasado un tiempo, me encontré en un momento de mi vida en el que, debido a muchas casualidades, absolutamente nada me salía como yo quería y me sentía tremendamente infeliz y frustrada. Así que me planteé hacer un parón para ver qué podía hacer yo ante esa situación y decidí hacer un retiro de una semana en este convento.

 La vocación es algo que se va discerniendo poco a poco, sobretodo en mi caso. Primero vine a un retiro de una semana, después, hubo un momento en el que Dios me atrajo tanto que sentí que necesitaba hacer una experiencia en el convento porque veía que, en mi interior, tenía una inquietud que se repetía constantemente: «¿Y si Dios me quiere para Él?». Entonces hablé con las hermanas y me vine a convivir con ellas durante un mes en el que me sentí como pez en el agua. Era como si el Señor hubiese puesto aquí todo lo que siempre había querido y necesitado para ser feliz y, entonces, me di cuenta de que toda mi vida tenía sentido a la luz de la vocación y decidí dar un salto de fe, porque claro, yo aún no tenía la certeza de que el Señor me llamaba a esta vida. Dios no baja del cielo y te dice: «Oye, te quiero para mí», sino que es más bien una sensación que te impulsa y te alienta, así que pensé: «Señor, voy a arriesgarlo todo por ti, porque sé que Tú me harás saber cuál es mi lugar». Me dejé en sus manos, entré en el convento y jamás he sido tan feliz. Yo tenía en mi corazón siempre la intriga de saber quién era Jesús, porque yo llevaba toda mi vida en la Iglesia, pero tenía la sensación de no conocer a Dios. En la convivencia en el convento pude dar nombre a esa inquietud y vivir una fe con sentido. Entendí que el Señor me estaba planteando un reto y no me quedaba otra que arriesgarme. Cuando el Señor me llamó, yo lo dejé todo y le seguí.

 Mi experiencia durante estos cuatro años, ahora que he profesado, es que me he sentido aquí como si esta hubiera sido siempre mi casa. En un primer momento yo solo buscaba a Jesús y después he ido descubriendo qué es ser hermana pobre y por qué quiero serlo. Dios me llama a ser hermana pobre porque eso es lo que me va a hacer feliz.

 Durante este proceso lento, he aprendido lo que significa vivir siempre en fraternidad y en continuo desprendimiento. Yo siempre había luchado por valerme por mí misma, por ser independiente y autosuficiente, una mujer fuerte. Por eso me costó mucho hacer ese cambio y adaptarme a vivir en fraternidad, a ir siempre acompañada, a saber pedir ayuda y contar con los demás. Antes me costaba mucho trabajar en equipo. Fue como un cambio de piel. Ahora, vivir así me encanta. El Señor, a través de mi vocación, me está dejando conocer el amor de Jesucristo; me está enseñando que mi identidad es la de ser hija de Dios; y que estoy llamada a ser libre. Está abriendo mi corazón y mi capacidad de amar, me está haciendo una persona nueva siendo lo que soy. La gente debe de conocer el amor de Dios porque esto es lo mejor, y no me refiero a la vida consagrada sino a la vocación a la que a cada uno le llame.

 En este tiempo, también he conocido a la Virgen María. El «hágase en mí según tu palabra» de la Virgen es lo que a mí me ha hecho decir: «Mira Señor, me fio de ti». A partir de ahí, todo ha ido saliendo solo. A través de la fe he podido ser una hermana pobre, en pobreza, en fraternidad, desprendiéndome constantemente de lo mío, con docilidad al Espíritu Santo para dar respuesta a Dios.

 

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Cristina Celdrán
Licenciada en Comunicación Audiovisual. Responsable de edición de videos.
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