4 de marzo 2016

“Dar la vida por Cristo merece la pena”

Testimonio vocacional de Juan José Martínez Fernández, seminarista del Menor de San José

Me llamo Juan José Martínez Fernández, tengo 18 años y soy de Cehegín. Para poder explicar mi vocación, voy a comenzar diciendo que procedo de una familia no practicante en la que no se han inculcado los valores religiosos, solamente se dan los sacramentos del Bautismo y de la Comunión. Mi infancia fue normal, aunque alejada de la Iglesia hasta que llegó el momento de que hiciera las catequesis de Primera Comunión. Las catequesis fueron lo que me hizo tomar un primer contacto en la parroquia. Este contacto solamente me duró hasta que recibí la Comunión, ya que después volví a dejar la parroquia durante mucho tiempo.
Comencé el instituto, lo que favoreció que no pensara ni en ir a misa los domingos. Estando un día en clase me dijeron mis compañeros que se iban a apuntar a catequesis de Confirmación porque se hacían viajes y convivencias a las que querían que yo fuera también. El problema surgió cuando decido apuntarme y mis padres dicen que no, porque no lo veían necesario. Un día se lo comenté a mi abuela y ella me llevó a la parroquia y fue la que me autorizó para empezar las catequesis sin que mis padres lo supieran. Fue gracias a estas catequesis de Confirmación cuando yo comencé a encontrarle sentido a todo lo que yo llamaba fe, en definitiva a encontrarle sentido a los sacramentos y a la oración. Lo sorprendente fue que todos los miembros del grupo con los que comencé la catequesis fueron marchándose hasta que me quedé solo en el grupo con mi antiguo párroco, D. Pedro García Casas, que era mi catequista. Estando un día después de catequesis, él me propuso que lo ayudara saliendo de monaguillo, yo sin saber por qué le dije que sí. Esto provocó que tuviera una participación continua en mi parroquia y comenzar a conocer a la gente que participaba.
Después de estar unos meses saliendo de monaguillo, ayudando en las catequesis y en las diversas actividades de la parroquia, D. Pedro me invitó a irme con él a pasar un fin de semana haciendo los ejercicios espirituales del Seminario Menor. Yo acepté la invitación y fue mi primer encuentro fuerte con el Señor. Fueron tres días intensos cargados de emociones que yo no esperaba sentir allí. Hay que tener en cuenta que fui a hacer los ejercicios sin saber lo que eran, por esta razón la primera noche fue muy mala para mí porque no me esperaba que tenía que estar en silencio los tres días y encima de todo sin móvil ni ordenador… Me agobié muchísimo y fui a hablar con D. Pedro pero lo único que me decía era que tenía que dejarme sorprender por el Espíritu. Fue en la segunda noche, en uno de los tiempos de oración delante del Santísimo Sacramento, cuando yo empecé a sentir algo, pero era incapaz de saber lo que sentía. A la mañana siguiente en la comida, el formador del seminario, el padre Francis, me preguntó mi experiencia en los ejercicios a lo que inmediatamente respondí diciendo que quería entrar en el Seminario Menor.
Al regresar de los ejercicios, sabiendo que quería entrar al Seminario, tenía que decírselo a mi familia y por miedo a lo que me pudieran decir me callé. Mientras tanto D. Pedro me animaba a contarlo sin miedo hasta que en Nochebuena decidí contarlo en mi casa. La respuesta que recibí no fue un no rotundo. Fue por pura insistencia por lo que me dejaron venir al Seminario y lo que comenzó siendo un fin de semana han pasado a ser cinco años sirviendo a Dios mediante mi estancia en el Seminario y de esos cinco años llevo tres de ellos viviendo interno. Están siendo unos años donde se puede experimentar en cada momento la realización de nuestra vocación, que aunque con dificultades, se manifiesta la alegría que nos da por poder responder a lo que nos pide el Señor en cada momento.
Yo quisiera animar a aquellos jóvenes que sienten la llamada de Dios a ser valientes, a no tener miedo a responder a la voluntad que Dios ha podido pensar para ellos. Dar la vida por Cristo merece la pena.

 

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