«Señor, qué grande eres y qué bien hecha esta mi historia»
Mamen Cegarra ingresó el pasado 28 de agosto en el convento de Santa Verónica de las Hermanas Pobres de Santa Clara de Algezares. Hoy comparte con nosotros la historia de su vocación.
Mi nombre es María del Carmen Cegarra Fernández, tengo 22 años, soy la segunda de catorce hermanos, estudié Enfermería y nací en Cartagena. Mi familia pertenece al Camino Neocatecumenal y hace diecisiete años fuimos enviados como familia en misión por el Papa Benedicto XVI.
En septiembre del 2021 mi hermana pequeña me informó de que a finales de mes las hermanas iban a hacer un encuentro para chicas y ella, súper ilusionada, me propuso acompañarla. Por otra parte, dos amigas mías también me invitaron y me pregunté: Si tres personas diferentes me invitan, algo especial tiene que haber allí. Mi hermana no pudo ir, se quedó con muchas ganas, y así decidí ir yo por ella. Cogí un avión de viernes a domingo y, en ese encuentro, Dios empezó a cambiar mi vida sin darme ni cuenta. Sentí una tranquilidad y una alegría esos días… Lo que más me sorprendió fue la felicidad de las hermanas, y cómo nos cuidaban y servían sin quejarse y sin perder la sonrisa. Desde entonces mi cabeza estaba más allí que en mi propia casa. Aun así, seguía sin plantearme la vocación. En noviembre y diciembre volví a venir a un mini encuentro que hicieron y cada vez que las veía y que pisaba el convento sentía una alegría inexplicable. Así conocí a las hermanas.
Digamos que el Señor me conquistó en un momento inesperado. Soy una persona que necesitaba tenerlo todo planeado y controlado y el Señor aprovechó el momento un 4 de mayo. Desde entonces mi vida consiste en dejarme llevar. En diciembre 2021 me dejé el trabajo y desde entonces me dedicaba a viajar todos los meses a un país distinto y a ayudar a mi madre en casa. Fue un tiempo muy bonito en el que pude aprender muchas cosas, pero sobretodo en el que pude conocerme un poco más. Me sirvió para madurar como mujer. En aquel entonces yo estaba saliendo con un chico y estaba al 100 % segura de que quería casarme con él y quería formar una familia grande y cristiana. Nunca me planteé una vocación que no fuera el matrimonio. En mayo de este año vine a Murcia a renovarme el pasaporte y las hermanas me invitaron a subir al convento con mi amiga, que si Dios quiere entra el próximo 10 de septiembre. Ella acababa de salir de su experiencia y la vi tan feliz, tan tranquila y tan enamorada que de pronto pensé: ¿Qué ha encontrado esta chica allí dentro, que su vida ha podido cambiar de esta manera? Ella me dijo una cosa que hizo que en mí despertaran esas ganas de querer buscar esa felicidad, de buscarlo a Él. Sus palabras fueron: «Mamen porque te quiero, quiero que seas tan feliz como yo lo soy y que te sientas tan amada como yo me siento».
Desde diciembre yo buscaba la felicidad en muchas otras cosas: en mi comunidad, en el dinero, viajando, en los afectos de aquellos que me rodeaban y me olvidé un poco de Dios y empecé a vivir mi vida según mis apetencias. Ese 4 de mayo llegando al convento yo me sentía súper nerviosa y muy feliz al mismo tiempo de volver a verlas después de casi cinco meses. Hablando con las hermanas me di cuenta de muchas cosas y me propusieron pasar unos días en su hospedería para ponerme de cara a Dios y volver a reconstruir mi relación con el Señor. A la semana llegué y Él todo lo cambió. Le pude poner nombre a lo que mi corazón tanto ansiaba, me di cuenta de que el Señor ya me llamó antes y no quise responder por miedo. Hoy me pregunto: ¿A qué tenía miedo, a ser feliz? Al segundo día pedí hacer la experiencia y al mes volví para hacerla. Fue un mes intenso en el que el Señor me regaló poder reconciliarme con ciertas cosas de mi pasado. Al segundo día de experiencia les dije a las hermanas: «Estoy haciendo la experiencia por protocolo, sé y tengo la certeza de que Dios me quiere aquí y me quiere así».
Palpé con mis propias manos y vi con mis propios ojos el amor tan grande que Dios me tenía a través de las hermanas. Sentía una paz que no había sentido jamás y volví a recuperar esa felicidad que hace mucho tiempo perdí. ¿Cómo no responder a un amor tan grande? Yo sabía que si no respondía a esta llamada no iba a pisar una iglesia nunca más, porque no podría vivir sabiendo que el Señor me llamó y no respondí. Dios me conquistó en el momento que no planeé, en el momento que yo no llevaba el mando y no controlaba mi vida. Me conquistó en el momento que me rendí bajo sus pies, abrí la puerta de mi corazón y dije: «Señor, ocúpate tú de todo».
Pedí la entrada y después de discernirlo y rezarlo me dieron como fecha el día 28 de agosto, san Agustín. Yo he sido muy rebelde, he experimentado muchas cosas, nunca me ha faltado de nada y siempre he conseguido lo que he querido: coches, novios, dinero, trabajo, viajes y muchas más cosas, pero cuanto más tenía más vacía me sentía y ahora que todo lo he dejado soy la mujer más feliz, afortunada y privilegiada del mundo. Lo deje todo por TODO.
La entrada en el convento fue el día más bonito y más importante de mi vida. Las semanas anteriores fueron algo turbulentas pero muy bonitas también. El mismo 28 de agosto el Señor me regaló una paz y una fuerza que no venía de mí y pude disfrutar como nunca. Di el paso más importante de mi vida y no me arrepiento en absoluto. Pude gustar de nuevo ese amor tan grande y recuerdo pensar: «Señor qué grande eres y qué bien hecha esta mi historia. ¡Qué regalo ser elegida!». Para mucha gente (hasta de mi propia familia) fue impactante verme con la túnica. Muchos decían: «Madre mía Mamen, solo tienes 22 años, ¿cómo vas a encerrarte en un convento?». Durante mi experiencia me di cuenta de una cosa muy importante que me acompañará durante toda mi vida y es que mi libertad está aquí dentro. El Señor nos quiere felices y yo aquí soy feliz.
Ánimo chicos y chicas que estáis en busca de vuestra vocación y quizás tenéis miedo de dar un paso. No tengáis miedo de arriesgar siempre y cuando sea por y para el Señor. Él nunca nos abandonará y cuando no lo veamos, estemos cansados o dudemos de Él, acordémonos siempre que no está a nuestro lado porque nos lleva cómodamente sobre sus hombros. No tengáis miedo de ser felices y recordemos siempre que lo que no se conoce no se puede amar y que meta solo hay una y es ser santos.
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