1 de junio 2018

Orden de Santa Clara, Santomera

El monasterio Inmaculado Corazón de María, fundado en 1964, custodia la vida entregada a la oración y a Dios de seis religiosas clarisas.

En 1500 fue fundada la comunidad de clarisas que llegó a Lorca. Desde allí, cuatro siglos después, una parte del grupo se instaló en Santomera, fundando así, el 8 de noviembre de 1964, el monasterio Inmaculado Corazón de María, que fue una donación de los padres de dos religiosas, hermanas, que estaban en la Ciudad del Sol. Madre Berta y madre Josefina eran esas dos consagradas. Sus padres, José Meseguer y María Sánchez, procedían de Alquerías pero tenían también fincas en Santomera. “Como Dios les había bendecido tanto aquí, ellos quisieron hacer este monasterio, donaron la tierra y empezaron a hacerlo, aunque no lo llegaron a terminar porque murieron antes”, cuenta Sor Berta, superiora del convento. Para poderlo terminar, decidieron trasladar a un grupo de monjas hasta allí, para crear así una nueva comunidad que motivase la construcción del mismo. Además, la de Lorca, era una comunidad muy numerosa, unas 38.

“Y mandaron ocho hermanas, entre ellas una de las hijas del matrimonio que había donado el terreno y había hecho la estructura del convento”, añade la superiora. Madre Josefina Meseguer Sánchez llegó como abadesa del monasterio. A cargo de las obras se quedó un hermano de su padre, que era franciscano (provincial), hasta que tuvo que marchar a América. Esto hizo que las obras se pararan. Además, el dinero también se terminó antes de tiempo y no quedó para finalizar el edificio del todo, por lo que tuvieron que vender parte del terreno para continuar construyendo.

“Con mucho trabajo se fue haciendo la obra –recuerda la responsable del convento–. Fue la familia de los bienhechores la que ayudaba en la construcción. No había suelo, era tierra; ni ventanas, solo estaban los huecos. Por eso, un cuñado de las hermanas Meseguer Sánchez, esposo de otra hermana, un día ponía suelo en el coro, otro día ponía cristales en las ventanas”. Así hasta hace unos 14 años que se terminaron las obras interiores y una década que se terminaron las fachadas del monasterio, gracias a una ayuda que las religiosas recibieron de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, así como la desinteresada colaboración de otras muchas personas anónimas. “Por dentro está terminado muy humilde, pero sencillo, y por fuera ahora está más bonito porque está estucado y se pusieron nuevas todas las ventanas del exterior”.

“Todo esto es la obra exterior. La obra interior la ha ido haciendo el Señor poco a poco, siendo dóciles al carisma de nuestra madre Santa Clara, cuyos pilares son la humildad, la pobreza, la sencillez de vida y la vida contemplativa, la vida de oración”, añade la superiora de Santomera.

Clausura y educación

A los pocos meses de fundar, como no tenían medios para mantenerse, estas religiosas abrieron un colegio, ya que entonces estaba permitido a las monjas de clausura, pero duró muy poco. Fue a comienzos de 1965 y para las clases se adaptaron varias habitaciones y salas, que eran grandes. En total, llegó a haber unos 150 alumnos, desde Primaria hasta que pasaban al instituto.

Tras el Concilio Vaticano II (que terminó a finales de 1965), abandonaron la enseñanza y la comunidad se dedicó por completo a su vocación específica: la vida contemplativa. “Esa era nuestra vida porque esa era nuestra vocación”, incide la religiosa.

Con los años han ido yendo y viniendo distintas religiosas. Una de las hermanas de Lorca fundó en Guatemala, y pidió una monja de este convento para ayudarle en el país centroamericano. Fue así como llegaron otras hermanas jóvenes al monasterio del Inmaculado Corazón de María. Ahora, tan sólo quedan seis, entregadas a la custodia del carisma de Santa Clara, entre las paredes de este convento.

Carisma

El estilo de vida de las clarisas está centrado en tres actitudes: pobreza, obediencia y castidad; y en tres acciones: oración, trabajo y fraternidad.

Son religiosas contemplativas, por lo que su vida se apoya sobre el eje de la contemplación de Dios, descubriendo su presencia detrás de todas las cosas, personas o acontecimientos que ocurren. Buscan encontrarse con Él en la Eucaristía, con la oración de la Liturgia de las Horas, en el tiempo de oración personal, en el Evangelio, en el silencio y la formación. Se trata de una contemplación en la que Cristo es el centro.

Como decía el Papa San Juan Pablo II, “las religiosas contemplativas son el corazón de la Iglesia”, pues con su oración la sostienen. Son el motor del mundo, la energía que irradian es fecunda en la Iglesia, y todo desde el amor.

“No teníamos miedo de la pobreza ni del trabajo” (Santa Clara). Importante es también la fraternidad vivida desde la convivencia en el día a día en el monasterio.

Estas, también llamadas hermanas pobres de Santa Clara, tienen muy presente en su vida el servicio, a los demás y a Dios, viviendo desde la gratuidad, la sencillez, la alegría y la humildad.

El día a día en el monasterio

A las 5:00 horas comienza el día para estas religiosas. Las más jóvenes son las encargadas de levantar a las mayores, arreglarlas y ayudarlas a estar dispuestas a la hora de la oración en el coro. Allí, tienen exposición del Santísimo y otro tiempo de oración que les ayuda a iniciar el día en presencia del Señor: Alabanza, Laudes y oración personal. Y para finalizar, otra vez la Liturgia de las Horas, con el rezo de Tercia.

Tienen un tiempo de lectura espiritual, porque así como se alimenta el cuerpo se alimenta también el espíritu. Leen las lecturas del día. Todo esto antes del desayuno, en el mismo refectorio. Después, cada una va a sus oficios y al trabajo. La encuadernación y el bordado son las dos principales actividades que llevan a cabo actualmente en el monasterio.

Cerca del mediodía, rezan del Rosario, la hora Sexta y piden y dan gracias a Dios por los bienhechores (vivos y muertos) que ha tenido y tiene la comunidad. Tras la comida, un rato de descanso, de recreo, donde hablan entre ellas (según el momento del tiempo litúrgico también lo hacen durante las comidas y cenas).

Por la tarde, sobre las 17:00 horas, rezan la Corona Franciscana (es el rezo del Rosario con siete misterios: los gozosos y dos gloriosos: la resurrección y la asunción de María al cielo). Después tienen una hora de oración y la celebración de la Eucaristía, que terminan con el rezo de Completas.

Las hermanas más jóvenes ayudan a las mayores a acostarse y tienen después tiempo para la lectura espiritual o de otros documentos de interés para las religiosas, como las constituciones, la regla o alguna circular informativa.

Vigilias de oración por las vocaciones

Todos los primeros viernes de mes, de 20:00 a 21:00 horas, en la iglesia del monasterio tiene lugar una vigilia de oración en la que participan las distintas realidades de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Santomera. Una hora en la que pedir por las vocaciones religiosas. La superiora del convento asegura que es una actividad con la que se pretende “que la gente valore más la vida contemplativa”.

Desde la parroquia, cada mes acude un grupo diferente a esta vigilia, de tal modo que toda la realidad eclesial pasa por el templo de las clarisas, donde ellas cantan desde el coro.

Para terminar, las monjas preparan chocolate y bizcocho (o bizcocho y limonada en verano) para los asistentes.

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