Volver a lo esencial

Cada año, cuando llegan las comuniones, vemos iglesias llenas, niños nerviosos, familias emocionadas… y también trajes caros, banquetes enormes y fotógrafos por todas partes. Y yo me pregunto: ¿no estaremos olvidando lo más importante?

La Primera Comunión debería ser un momento único: el primer encuentro de un niño con Jesús en la Eucaristía. Pero muchas veces, lo esencial queda escondido detrás de los preparativos, el vestido, el lugar del convite o el reportaje de fotos.

Y no se trata de culpar a nadie. Hay mucha presión social, comparaciones y expectativas. Pero quizás todos, como Iglesia, podamos ayudar a recordar que esto no es solo una fiesta: es un sacramento. Un regalo. Jesús mismo que se da en el pan y el vino.

La Comunión no necesita ningún lujo para ser especial. Necesita corazón, preparación y fe. Momentos vividos en familia y en comunidad, no solo para ese día, sino como parte de un camino.

Tal vez es hora de volver a lo sencillo, a lo profundo. Comuniones donde lo más importante no sea el vestido, sino el amor con el que se vive. Donde Jesús vuelva a estar en el centro.

Porque los niños no necesitan la mejor fiesta del año… para eso tienen muchas oportunidades; necesitan descubrir al mejor amigo que nunca falla y que siempre va a estar ahí: Jesús.

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