«Tú, Señor, eres mi esperanza»

Este domingo celebramos la IX Jornada Mundial de los Pobres. Las hermanas concepcionistas vivimos y contemplamos el misterio de la pobreza desde la mirada limpia de María Inmaculada. Ella, toda pura y toda de Dios, vivió la pobreza como plenitud: libre de sí misma, abierta al Amor que lo llena todo. Desde su ejemplo comprendemos que la pobreza evangélica no es ausencia, sino disponibilidad; no es tristeza, sino confianza.

En los pobres, con los que compartimos lo material y lo espiritual, descubrimos esa misma transparencia. Ellos, sin tener casi nada, poseen lo esencial: la fe que espera, el corazón que se entrega, la mirada que confía. Su pobreza es un espejo que nos devuelve nuestra propia pequeñez y nos invita a vivir más desprendidas, más confiadas en Dios. Nos impulsan a vivir del trabajo propio y de la limosna, aceptando lo necesario con gratitud. El trabajo de repostería o cualquier oficio que realizamos, se hace con amor. A la luz del carisma, ser pobres es vivir vacías de todo para estar llenas de Dios. La pobreza concepcionista no se vive sola, se comparte. El amor se hace visible cuando compartimos el pan, el tiempo y el corazón. Siendo la fraternidad la forma más alegre de ser pobre. Tocamos la pobreza en los necesitados que de muchas maneras nos piden la cercanía humana en la oración de intercesión.

Que ella, Madre de los pobres y espejo de pureza, nos ayude a vivir cada día más libres, más confiados y más disponibles al amor. Y tú, ¿has compartido algo con quien te necesita?

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