Cada siglo es recordado por algo grande. El siglo XVII fue el renacimiento, el XVIII y el XIX la revolución industrial, el XX la tecnología. El siglo XXI será recordado, tal vez, como el siglo de la sostenibilidad.
No cabe duda de que la sostenibilidad es uno de los términos más populares en los últimos años. La definición de sostenibilidad se refiere a la satisfacción de las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas, garantizando el equilibrio entre crecimiento económico, cuidado del medio ambiente y bienestar social. Por lo tanto, el desarrollo sostenible es aquel modo de progreso que mantiene ese delicado equilibrio hoy, sin poner en peligro los recursos del mañana.
La concienciación individual y colectiva, y el cambio de comportamiento hacia uno basado en la sostenibilidad permitirá avanzar más rápido hacia un futuro más respetuoso con el planeta y con quienes habitan en él.
Desde el punto de vista cristiano, la sostenibilidad implica una comprensión moderna de nuestra responsabilidad por la creación. Se necesita algo más que un modelo de políticas ecológicas de equilibrio. Su base es una cultura integral de la vida. La fe ofrece energía decisiva para profundizar en la visión del desarrollo sostenible en sus dimensiones culturales y éticas. Y la teología puede contribuir mucho al concepto de sostenibilidad al ampliar la perspectiva de todas las esperanzas e imaginaciones que van más allá de las capacidades sociales y tecnológicas de los humanos, esto es, abriéndonos hacia Dios y hacia una realidad que no podemos manejar o controlar.