Ser cofrade de corazón

La Cuaresma comienza y, con ella, mi querida Cartagena despierta al sonido de los tambores, los ensayos, la preparación de los vestuarios, la revisión de enseres y los traslados. Las cofradías se preparan para la Semana Santa, pero, más allá del brillo de los hachotes y la solemnidad de los cortejos, este tiempo nos invita a una preparación más profunda: la del alma.

Ser cofrade no es solo llevar una medalla al cuello, una túnica impecable o un puesto de honor en la procesión. Ser cofrade es ser seguidor de Cristo, servidor de los demás, el último cuando el mundo nos tienta a querer ser los primeros. No basta con desfilar bajo un trono si no llevamos a Cristo en el corazón. No tiene sentido encender un farol si nuestra vida no es luz para los demás. No sirve de nada ser penitente si seguimos buscando ser vistos en lugar de servir en silencio.

La Cuaresma nos llama a la conversión, a mirar más allá del traje y la corbata, a preguntarnos si seguimos a Cristo con autenticidad o si nos quedamos en lo externo. Jesús mismo nos mostró el camino: no vino a ser servido, sino a servir; no buscó honores, sino dar la vida. Esa es la verdadera cofradía, la de quienes viven el Evangelio en su día a día, la de quienes procesionan con su vida, no solo con sus pasos.

Que esta Cuaresma nos ayude a ser cofrades de corazón, a preparar no solo los enseres, sino también el alma, para que, cuando llegue la Pascua, podamos resucitar con Cristo, en verdad y en amor.

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