La época que nos ha tocado vivir es una época en la que grandes acontecimientos globales están cambiando el mundo. Parece que todo está dominado por la política internacional, la crispación y el conflicto. Los seres humanos parecemos haber entrado en una constante sensación de inseguridad que nos ha hecho cuestionar grandes logros de la humanidad, como son los derechos humanos, y observar impasibles el sufrimiento de víctimas y supervivientes de este tiempo convulso.
Parece que se hace necesario recuperar los derechos humanos como marco de actuación. En ese sentido, las cosmovisiones sagradas y profanas deben valorarse como puente de diálogo y no de conflicto. Porque muchos conflictos toman la religión como excusa para ejercer la violencia. En otras ocasiones, la religión ha tomado los derechos humanos como parte de su credo y propósito en el mundo. Al igual que no todo lo cultural es respetable, porque puede llegar a vulnerar los derechos humanos y la dignidad, no todas las cosmovisiones son respetables cuando cuestionan la dignidad humana como fundamento de los derechos humanos.
La dignidad que posee cada individuo es un valor intrínseco, que no depende de factores externos. En este sentido, podemos entender la dignidad como aquel valor inalterable que posee todo ser humano por el hecho de ser «humano». Con lo dicho, nos damos cuenta de que todos los seres humanos somos iguales en la medida en que todos somos portadores de una dignidad común, por encima de todas las diferencias que nos individualizan y nos distinguen a unos de los otros. Y que además contribuyen a la rica diversidad humana (continuará).