Comunicación consciente y escucha activa son los pilares para que pueda darse una perfecta sincronía comunicativa, para que ese «baile a dos» sea una coreografía coordinada y bella, y no esté llena de pisotones de quien no llega a tiempo de los cambios o tirones de quien es incapaz de ceder el mando. «No permitir que las reacciones instintivas guíen la comunicación», nos pedía el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que celebramos este domingo, «sembrar esperanza siempre, aun cuando sea difícil, aun cuando cueste, aun cuando parezca no dar fruto».
Un año más, en la solemnidad de la Ascensión del Señor, la Iglesia celebra esta jornada para recordarnos que los medios de comunicación son una herramienta más al servicio de la evangelización.
En su primer encuentro con los medios de comunicación tras el cónclave, el Papa León XIV hacía hincapié en que necesitamos una comunicación que nos haga salir «de la “torre de Babel” en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguajes sin amor, frecuentemente ideológicos y facciosos», señalando, además, que la comunicación no es «solo trasmisión de informaciones, sino creación de una cultura, de ambientes humanos y digitales que sean espacios de diálogo y de contraste».
Somos hijos de un Dios que se autocomunica. La Santísima Trinidad es el primer modelo de comunicación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, y Cristo es el «perfecto Comunicador» (cf. Communio et progressio). La verdadera comunicación genera encuentro y se hace desde la donación de uno mismo. «¡El que tenga oídos, que oiga!» (Mt 13, 9).