Cuando los alpinistas salen a explorar nuevas rutas o los buceadores se adentran en oscuras cuevas submarinas, o cuando los obreros se alzan en un alto edificio para hacer un arriesgado trabajo, necesitan desde el primer momento estar bien sujetos a la línea de vida.
La llamada línea de vida es una fina cuerda de acero u otro material adecuado, firmemente anclada en puntos fiables, que tiene una doble finalidad. En primer lugar, sirve para orientar cuál es el camino mejor, especialmente en el caso de los aventureros de la naturaleza, y, en segundo lugar, es el seguro que salva la vida ante un mal paso o descuido, pues amortigua la caída y evita que la persona se precipite.
Para hacer buen uso de ella, el sujeto debe ir enganchando los mosquetones que porta a esta línea, con la premisa fundamental de que en ningún momento quede ninguno de los diferentes cabos sin amarrar. Pero parémonos a pensar un momento. Alguien ha tenido que arriesgarse primero para poder instalar esa línea que asegura la vida de los demás.
Comenzando una nueva Cuaresma, guiados por la Escritura y el mensaje del Papa para este tiempo santo, nos reconocemos como caminantes juntos en esperanza.
Para este caminar, nos viene bien tener claro que necesitamos de puntos seguros. Fijémonos en Cristo, el cual pasó primero dando su vida y regalándonos esa línea a la que poder amarrarnos, la Iglesia, que es guía para recorrer el camino idóneo y seguridad ante cualquier despiste o caída.
¡Buena y santa Cuaresma para todos!