La ciudad de Roma se fundó en el Palatino, una de las siete colinas que, a un lado del Tíber, daban protección a la ciudad. Al otro lado del río, al oeste, se construyó el circo de Nerón, junto a la colina Vaticana. Allí moriría crucificado boca abajo (pues no se sentía digno de hacerlo al igual que su Maestro) Pedro, uno de los hijos de Jonás, que primero recibió el nombre de Simón. Un pescador testarudo a quien Jesús llamó para ser «pescador de hombres» (cf. Mt 4, 19). Aquel que lo proclamó «Mesías, Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 16) y que también le negó tres veces se convertiría en roca firme sobre la que edificar la Iglesia, testigo fiel. Y junto a aquel circo en el que fue martirizado, en esa colina, fueron sepultados sus restos en una necrópolis romana. Las comunidades cuidaron durante generaciones su tumba y guardaron el recuerdo de dónde fue sepultado el apóstol. Siglos más tarde, Constantino construiría sobre ese cementerio y parte del circo romano la primera basílica de San Pedro.
Hay lugares maravillosos para visitar en Roma, pero siempre recomiendo comenzar por los Scavi, la necrópolis que guarda la tumba de Pedro y que da sentido a la impresionante basílica que se construyó sobre ella. Dos mil años después, doscientos sesenta y seis hombres han sucedido al apóstol. Hombres con debilidades, en diferentes momentos de la historia, han pastoreado la Iglesia enfrentándose a los desafíos del momento.
Con este pontificado no iniciamos un nuevo camino, sino que retomamos aquel que ha de llevarnos, como aquella mítica serie de televisión, como una autopista hacia el cielo. El sucesor de Pedro ha de cuidar y pastorear la Iglesia, recordando que el rebaño le ha sido encomendado, no es suyo, sino del Buen Pastor. Oremos por el Papa León XIV.