Por formación (que no deformación) profesional tiendo siempre, ya de forma inconsciente, a buscar otras fuentes, otras palabras, otras opiniones para poder forjar un juicio lo más cercano a la verdad. Hay cuestiones que tengo claras de forma meridiana, pero en la vida no todo es blanco o negro, dicen que hay muchos tonos de grises. No es que sea yo de cambiar mucho de opinión, los que bien me conocen saben lo obstinada que puedo llegar a ser… pero he descubierto que denota cierta inteligencia la persona que es capaz de reconocer que quizá no estaba en lo cierto. Pero llegar a esa postura no es fácil (más allá del ego y la propia soberbia), porque muchas veces da pereza eso de leer y escuchar, de bucear y profundizar en las fuentes de las que puedo beber para informarme bien. Y esta reflexión la hago porque es necesario escuchar y leer sin prejuicios, sin tener preparada una respuesta, y sin esa «falsa fidelidad» que lo único que hace es coartar nuestra libertad.
Al leer algunos comentarios en redes sociales (donde lo de lo políticamente correcto brilla ya por su ausencia) me sorprenden los comentarios desafortunados sobre diferentes temas, resaltando hoy el de la sinodalidad. Esa palabra que se ha metido en nuestra jerga eclesial que parece nueva, pero cuyo concepto es tan antiguo como la misma Iglesia. Hoy quiero hacer, de forma especial, una invitación a leer detenidamente la entrevista al subsecretario del Sínodo de los Obispos que recogemos en la revista de esta semana. Desde la Santa Sede nos visitó el martes para hablarnos de eso, de sinodalidad: «La Iglesia sinodal es la Iglesia de Jesús. No se trata de construir o de inventarnos otra Iglesia (…). Se trata de recuperar esta dimensión que nos lleva a la comunión con Cristo». Comunión, participación y misión, de todos, todos, todos.