En la bula de convocación del Jubileo Ordinario de la Iglesia, Spes non confundit, el Papa Francisco nos anima a ser portadores de esperanza para hacer frente a los sentimientos de temor, desaliento o duda, porque «la esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz». La Iglesia está llamada en este tiempo a sostenerse y sostener en «la esperanza que no defrauda» y que nos indica «la dirección y la finalidad de la existencia cristiana»; «la virtud teologal por la que aspiramos (…) a la vida eterna como felicidad nuestra» (CEC).
Esperanza que nos recuerda que somos ciudadanos de ese reino al que aspiramos; que un día veremos a Dios cara a cara, como nos señalaba Pablo en su primera carta a los Corintios; uniéndonos así a todos los que nos precedieron, entre ellos dos grandes colaboradores de la Delegación de Medios de Comunicación de nuestra Diócesis que nos han dejado recientemente. En el mes de julio despedíamos a Martín Cuenca Requena, hermano de San Juan de Dios, presidente de CONFER y articulista de opinión en esta revista; y esta semana, a Juan Vicente Gil, del Movimiento de los Focolares y miembro de la Delegación de Relaciones Interconfesionales. Dos hombres de fe; preocupados por salir al encuentro del otro, por tender puentes en lugar de levantar muros. Dos vidas que hablaban de Dios más allá de las palabras. Creo que ese era su distintivo, un discipulado que siempre llevaba al Maestro. Dos buenas personas a las que echaremos de menos, pero a las que contamos ya entre los intercesores al otro lado, porque estoy segura de que los dos disfrutan en el paraíso y que al llegar recibieron el abrazo misericordioso de Dios quien les recordó aquellas palabras de la parábola de los talentos: «¡Siervo bueno y fiel! (…) entra en el gozo de tu señor» (Mt 25, 23).