«Dios es amor» (1Jn 4, 8); «misericordia quiero, que no sacrificios» (Mt 9, 13; 12, 7); «porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio» (Stg 2, 13); «bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Para el cristiano la misericordia no es una realidad accesoria o secundaria, es nuclear para poder llegar a Dios, pues él es el mismo Amor misericordioso. Por eso, ella es «el criterio de Dios para saber quiénes son sus hijos» (Misericordiae Vultus, 9). Esto muestra la necesidad de vivir la misericordia en toda nuestra realidad de cristianos, porque de esa manera responderemos acertadamente a nuestra propia naturaleza humana y de hijos de Dios (cf. Mt 12, 7; Lc 10, 37). Y cubriremos una gran necesidad permanente del mundo, que hoy más que nunca pide con desesperación las obras concretas de amor y misericordia (cf. Jd 13, 14; 1Mac 13, 46; Rm 11, 30-32). Pues ellas son el reflejo de la esperanza y fuerza de Dios en medio de nosotros (cf. Tb 13, 6). Como se puede ver, el amor misericordioso de Dios es un regalo que él nos ha querido dar, para que por medio de la misericordia podamos llegar hasta sus tres divinas personas (cf. Hb 4, 16). Pero si queremos disfrutar de sus beneficios, llegado el momento del juicio final (cf. Mt 5, 7; Stg 2, 13), debemos reconocernos pecadores. Pues no podemos recibir ayuda si no necesitamos ser ayudados. No olvidemos que Dios respeta profundamente nuestra libertad y que no nos obliga a nada. ¿Y tú, vives o no la misericordia en tu vida? ¿Crees que es importante o no?