La tradición judeocristiana contempla la relación entre la persona, la obra creada y el Creador. La inteligencia artificial (IA), como creación humana, nos plantea nuevas preguntas sobre esta relación: ¿Puede la tecnología acercarnos a la trascendencia o nos aleja de ella al ofrecernos ilusiones de dominio? ¿Podemos encontrar espacio para la gracia en un mundo que funciona por algoritmos?
La fe, como confianza y apertura al misterio, quizá encuentre nuevos caminos de expresión en esta era digital. Al fin y al cabo, las preguntas fundamentales sobre el sentido, la identidad, la trascendencia y la finalidad de la existencia humana continúan presentes, incluso cuando las herramientas para abordarlas se transforman. Evidentemente, la pregunta fundamental será si las personas podremos seguir apelando al concepto de libertad tal y como lo conocemos hoy en día. Ese será un reto humanista en la era de la inteligencia artificial.
El Papa León XIV ha pedido «responsabilidad y discernimiento» en el uso de la IA durante la Cumbre AI for Good 2025 celebrada en Ginebra este pasado mes de julio. Pese a la capacidad de la IA para llevar a cabo tareas con extraordinaria eficiencia, esta tecnología debe ir «de la mano del respeto por los valores humanos y sociales». La tecnología es una herramienta que debe estar al servicio del ser humano y no al revés. Ante estos retos, las tradiciones religiosas tienen la oportunidad de aportar una perspectiva que recuerde la dignidad intrínseca de la persona y la importancia de valores como la compasión, la justicia… La verdadera inteligencia debería servir para profundizar en nuestra humanidad compartida e, incluso, en nuestra búsqueda espiritual.