¿He sido yo?

No hace mucho que me venía a la mente esta frasecita del mítico y legendario personaje americano Steve Urkel. Recuerdo que preguntaba esto justo después de haber metido la pata, después de haber destrozado una habitación o haber explotado un artefacto. Eso le honraba, pues en su ignorancia no sabía si el desaguisado lo había montado él o solo era una víctima de los avatares del destino.

¿Y tú qué haces cuando te equivocas, cuando el proyecto que tenías entre manos no sale adelante? ¿Reconoces el error? No siempre es fácil considerar que nos hemos equivocado. Además, depende mucho de a quién y a cuántos afecte nuestra falta para poder, con más o menos humildad, aceptar nuestro error. En ocasiones, intentamos justificarnos con alguna excusa que suena pueril, pero necesitamos que sea creíble. Otras veces, muchas más de las que deberíamos, le echamos la culpa al de al lado, aunque solo pasara por allí, arguyendo que nosotros no hemos podido hacer otra cosa porque él se ha interpuesto. En el mejor de los casos, quizás solo hayamos provocado daños materiales y la solución pase por poner unos cuantos euros encima. Sin embargo, la cosa cambia cuando el daño es humano, cuando después de nuestro descuido no es un jarrón chino lo que ha quedado dañado, sino el corazón de un familiar, amigo, compañero o el de uno mismo. Ahí no nos queda más remedio que, con mucha humildad, pedir perdón y recurrir a la frase, atribuida al poeta Alexander Pope: «Errar es humano, perdonar es divino y rectificar es de sabios».

Otros artículos

Avemarías

Maletas

Solo una