Hace unas semanas le hacían esta pregunta a Iñaki Gabilondo, a lo que respondía: «Me cuesta mucho (…), la gente da por imposible que otro mundo pueda hacerse (…). Es muy difícil no ser pesimista hoy (…). Todo lo que observo a mi alrededor o no lo entiendo bien o me da miedo». Probablemente muchos se identifiquen con estas palabras a pesar de que todos anhelamos, al mismo tiempo, un mundo mejor.
Una clave para desequilibrar la balanza en favor de la esperanza sería ser paciente, no tener prisa, ni imponer a la fuerza el amor, el bien o la verdad. Confiemos en que se abrirán paso entre tanto mal gracias al compromiso de unos pocos y a su humilde testimonio. Y a esos pocos se irán sumando otros muchos hasta convertirse en lo que Francisco llama «alianza social para la esperanza». Podríamos empezar, como indica Gabilondo, por lo que observamos a nuestro alrededor, por lo que está más cerca de nosotros, en las realidades más necesitadas de esperanza: aportando paz en los conflictos, con los pobres, enfermos, migrantes y ancianos, y cómo no, en «aquellos que en sí mismo la representan, los jóvenes».
El grupo de música Shinova, en su canción Qué casualidad, expresa muy bien que siempre hay un lugar para la esperanza: «Alguien ha encendido el farol cuando iba a naufragar»; «si vimos sombras es que siempre hubo luz»; «es la mano que me alcanza en el último segundo, la bengala que nos salva del silencio más oscuro». Para los creyentes no es casualidad, es el mismo Cristo quien enciende la luz antes de naufragar, quien nos alcanza y nos salva de la oscuridad, razón de nuestra esperanza.