Hablando de política

Permítanme que, como laico, opine y escriba de política. No solo estoy en mi derecho, también es mi obligación participar en ella como recuerda el Magisterio de la Iglesia en sus documentos sobre doctrina social desde hace más de un siglo. Es la política un noble arte, por más que no siempre sus representantes estén a la altura de lo que la ética civil exige. Y son frecuentísimas las faltas de respeto que abochornan más a los ciudadanos de a pie que a quienes los representan. 

Quisiera reivindicar como cristiano una actitud de respeto al adversario: absoluto respeto desde cualquier forma de discrepancia. Es imprescindible el respeto a las personas, y si este surge de la consideración del otro como alguien que busca, por otros caminos legítimos, el mismo bien común, mejor que mejor. Y también es urgente el respeto a las normas. Una acción política respetuosa facilitaría la imprescindible reducción de la crispación, restaría votos a las innumerables ocurrencias populistas travestidas de partidos o agrupaciones electorales y redundaría en beneficio de todos: representantes y representados. 

Votar cada cuatro años es necesario pero insuficiente: miremos los resultados de países en los que se vota periódicamente. Y asusta la deriva social que vamos tomando, olvidados o ignorados tiempos pasados en los que la actitud respetuosa facilitó unas negociaciones en las que todos renunciaron a mucho, en favor de un bien común que posibilitó un sistema democrático del que hoy disfrutamos. ¡Nada menos! Respeto, por favor. Respeto, por amor. 

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