«El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 54-56). Estas palabras de Jesús en el evangelio de san Juan resuenan con fuerza en este momento en el que ya vemos como se aproximan los días clave para el cristiano, con la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
En muchas ocasiones no valoramos debidamente este regalo del Señor, la Eucaristía, en la que se actualiza la pasión, muerte y resurrección de Jesús, cada día en todas las iglesias y templos católicos del mundo.
El Concilio Vaticano II la define muy bien cuando afirma que es «fuente y culmen de toda la vida cristiana» (LG 11). ¡Qué acertada definición! Pues Cristo nos llama a que lo comamos cada día, para entrar dentro de nosotros, acompañándonos con su presencia a lo largo del día, con su compañía y su gracia. Fortaleciéndonos de esa forma cada paso que damos en la vida, además de contar dentro de nosotros con el mejor amigo que jamás nadie pueda tener.
Por ello, es importante que entendamos que nuestra salvación pasa porque valoremos y aceptemos el sacrificio de amor que Cristo hace cada día por nosotros en la sagrada Eucaristía. Pues nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. ¿Y para ti la Eucaristía es importante o no?