Doce años del inicio del pontificado. Está muy enfermo, 88 años de edad. «Todo su haber y su poseer» los ha puesto al servicio del reino de Dios. Este «dulce Cristo en la tierra», como diría Catalina de Siena, está ofreciendo su vida por la Iglesia y por el mundo. Esto es evidente a poco que uno contemple sus actitudes y actuaciones, a poco que uno acoja sus enseñanzas y profundice en sus textos y su magisterio.
No nos sirve un análisis frío, ni menos compararlo con los pontífices anteriores, o con los que vendrán en el futuro. La historia pondrá en evidencia sus claves pastorales, sus intuiciones, sus aciertos y también sus sombras en el ejercicio del ministerio petrino. Pero no me vale hacerlo ni con saña ni con burla o paternalismo, sin visión de conjunto, sin caridad, sin «salvar la proposición del contrario», como enseña san Ignacio en los Ejercicios Espirituales.
Ahora es el momento de la verdad: con Pedro o contra Pedro, bajo Pedro o al margen de Pedro. Es el momento de un examen de comunión eclesial. No nos sirve «esperar a otro» o añorar «a los que no están». Mi oración cada día por su salud, por su persona, por su ministerio y por su misión.
Al poco de ser elegido, un seminarista me preguntó: «¿Te gusta este Papa?». Le contesté que no podía darle un like o un dislake, un «me gusta» o un «no me gusta», que no se trataba de un comentario de Facebook. ¡Gracias, Francisco; gracias, Pedro!