Ese es mi sitio (¿o no?)

A poco que uno se fije puede observar como muchas personas, que van a misa regularmente, suelen sentarse en el mismo banco. A veces, hasta en el mismo hueco del banco, como si llevara su nombre grabado. Nos sentimos cómodos ahí. Si un día alguien ocupa antes «nuestro sitio» nos descoloca y hasta disgusta, aunque no digamos nada. Porque, claro, ese es mi sitio.

Más allá de lo anecdótico, pensemos ¿cuántas veces en la parroquia nuestro sitio no solo es un banco, sino una forma de estar y hacer? A veces nos aferramos, desde nuestra zona de confort, a los «siempre he estado aquí» o «esto siempre se ha hecho así». Pero esa elección nos limita, nos acomoda y nos ciega a lo que el Espíritu quiera despertar en nosotros.

El pasado sábado, en el Encuentro Diocesano de Laicos, la mayoría nos sentamos donde pudimos, sin elegir. Lo cierto es que todos, estuviéramos más cerca o más lejos del escenario, nos sentíamos bien. Lo importante no era el sitio, sino el encuentro. No necesitábamos un lugar concreto para sentirnos parte de ese evento donde el Espíritu sopló con fuerza y donde nuestro corazón, como Iglesia diocesana, volvía a arder. Y eso nos bastaba.

Quizá ahí esté la clave: dejarnos sorprender, abrirnos a lo que el Espíritu Santo nos suscite, incluso si rompe nuestras rutinas. Como dijo el Papa Francisco al inicio del Sínodo: «El Espíritu Santo nos guía hacia donde Dios quiere, y no hacia donde nos llevarían nuestras ideas y nuestros gustos personales». Quizá haya llegado el momento de preguntarnos si nuestro sitio… sigue siendo ese.

Otros artículos

Comenzar con otra mirada

«Quizás, quizás, quizás»

Cuando Dios mire nuestros zapatos